Érase un toro herido buscando refugio. Un beso engendró
el deseo de buscar pareja. Nació animado por una madre suspensa de la respiración
de Marte. A sus orejas llegó el llamado colérico de la lujuria. Recorrió la
dehesa de norte a sur. En un lecho de piedra miró recostada a esa Artemisa con
las vulvas rojas expuestas. No habita remedio posible, el Toro siguió la tentación
del rapto. La llevó en su lomo, domando el cuerpo, ella, apretando
sus piernas no pronunció palabra. Alguien husmea el rapto y se le exprime el corazón.
Los siguió, y cuando el toro intentó mordisquear la oreja de Artemisa, una
lanza cruzó su oreja. Las colinas se tiñeron de violeta y los pastores cuentan
historias distintas, esta es una de ellas.