sábado, 31 de mayo de 2025

Ernesto el paquidermo

 


Amigo íntimo de Salomón, elefante de José Saramago, Ernesto, tuvo la misma infortunada suerte de aquel. Fue capturado y sodomizado por un Sultán, cuyo nombre fue borrado de la historia, tales eran sus atrocidades.

Ernesto, pudo escapar gracias a la octava esposa del Sultán, ella adoraba su trompa. Por eso arriesgó su vida, realmente la perdió, para que Ernesto pudiera embarcarse al Nuevo Mundo. Después de un tormentoso viaje de tres meses por aguas procelosas llegó al Río de la Plata. Era invierno. Se congeló a los tres días.

Cuando lo encontraron bajo kilos de nieve, descubrieron el color rosado de su piel.

Ahora se exhibe en un museo, donde los niños apuntan en su libreta su asombrosa historia. Salomón, el elefante de Saramago, al contrario de Ernesto, nunca se encontró su cuerpo.

jueves, 29 de mayo de 2025

Brindis prematuro

 


Es extraño cuando se levanta la copa pensar en Hölderlin. 

Las cosas se rompen y la infancia se bebe.

Las venas se abandonan al cuello. 

Se chupa el sueño inútil de las horas.

De qué nos sirve si las manos tiemblan al subir la copa.

Un ángel sobrevuela con aliento de ginebra.

Los labios se cierran en un Do de queja.

Bisoño es el vicio degollado.

¡ Salud!

lunes, 26 de mayo de 2025

Fraternidad deslucida

 

Yo sabía que la amistad se colorea como las píldoras que le daban a mamá para distraer su agonía. Lo sabía, porque sí. Nadie me lo dijo. Él es muy egoísta, pocos días conviviendo, y siempre creo que es otro. Es amable, deja hablar a los demás. Si no fuera mi medio hermano de seguro me dolería menos.

Se conocieron tarde, él, hijo de su padrastro y ella a su vez hija de una madre difunta. Llegaron a la casa de su mismo padre, cómo negarlo. Después del velorio se dieron la mano y un beso en el cachete, frío, húmedo y arrepentido. Él, un solterón correoso, ella, novia siempre dispuesta, exigente, repleta de manías.

-Podíamos ser amigos. Le dijo ella con ilusión.

-No necesariamente, contestó tajante, abrochándose el primer botón de la camisa.

El silencio de la casa tiene el humo de mamá. Los cigarrillos eran la llave de su paraíso. Cuando llegó mi medio hermano y me contó la enfermedad de su abuela, me sentí acompañada.

Supongo que todo empezó como un juego, ella lo miró, con las precauciones de siempre, indiferencia, mirada diagonal y fingiendo desinterés, él, aburrido como era, ni siquiera la saludó, solamente ojeo las bellas rodillas que se asomaban por su falda verde de una tela sintética y carente de estilo.

Mamá nunca quiso mudar de marca, eternamente los mismos cigarrillos sin filtro, de esa cajetilla blanda con un logotipo en forma de blasón. Desde niña los compraba en la tienda de Doña Rosita, al otro lado de la casa, esperaba siempre ansiosa que me mandara comprar porque me quedaba con el vuelto y ya sin preguntar, compraba unos muñequitos de goma. Me gustaban los azules, sabían a menta. No tengo dudas, esta casa tiene cuando queda en silencio el humo de mamá. ¿Será posible? Ellos se divorciaron cuando yo tenía once años, ¿seguían viéndose? No lo creo. Mamá quedó muy herida, con un rencor que se le notaba cuando escuchaba su nombre, apretaba el puño como si quisiera golpear hasta la imagen. Pero huele al humo de mamá, ella era un cigarro, impregnada en piel y cabellos.

Él, vivía con su abuela en una casita pequeña de granito en Guimarães. Trabajaba en una tienda de herrajes. Vendía de todo, hasta apeos de labranza. El dueño de la tienda lo estimaba, podía contar su vida sin que su empleado lo interrumpiera y de vez en vez le preguntaba como si estuviera interesado. Él, aprovechaba esta circunstancia y sacaba provecho. Ganaba lo suficiente para mantenerse. Vivía con su abuela. Enferma, tenía que bañarla todas las noches con agua tibia para que las llagas ulceradas no se infectaran. Ella, dueña de la casa, lo miraba suplicante y agradecida. Quería morirse y no podía. Él, ignoraba esas miradas y pasaba la esponja por la piel de su abuela, así hallaba consuelo.

El papá vivía en la capital, dentista de profesión, tenía su consultorio y no le faltaba clientela. Cordial y con la labia florida, engatusaba a sus pacientes. Con la boca abierta escuchaban sus historias salpicadas de groserías que aprendió en la tropa cuando estuvo en la marina mercante. Ganaba bien y se daba sus lujos nocturnos, baile y amor eran sus debilidades. Viudo por segunda vez, tenía los impulsos controlados y el bolsillo para comprar medias horas de felicidad.

Él, llegó en el tren de las cinco, tomó un taxi. La casa de su padre tenía dos pisos, una reja negra y una puerta muy antigua de “carvalho” bermeja. Tocó el timbre y esperó a ver el rostro de su padre. Dilató las pupilas cuando vio a su media hermana abrir la puerta. Sabía de su existencia, pero nunca la había visto. Se dieron la mano y un beso en la mejilla. Ella gustó.

- Lamento lo de tu madre, le dijo solemne.

- Gracias, le dijo ella esquivando la mirada.

- Los he llamado, dijo el padre vestido con una blanquísima bata de dentista con su nombre bordado en el bolsillo izquierdo en color azul: Dr. Rovira. Los he llamado, para confraternizar, para limar asperezas. Ya es tiempo que la desgracia que han vivido, tú con la muerte de tu madre y tú, con la muerte de tu abuela, dijo seguro, como prescribiendo un desinflamatorio y analgésico, ya es tiempo de conocernos. No esperaba contestación, sabía que habría reproches y para evitarlos, continuó con su mejor sonrisa. No quiero que comprendan, sólo que admitan, es hora de la verdad y no hay fórmulas. La verdad vacía vanidades. No hay que llorar de más y lo digo por ti, Armando, eres hombre y sabes que aguantar es buscar solución. Puedes pensar cualquier cosa, pero no te voy a dar cargas inútiles. Tú, mi olvidada Liliana, será más difícil el consuelo, pero sábete que lo voy a intentar. El Dr. Rovira continuó con palabras simpáticas.

- No sigas, papá, que no estás con tus pacientes, dijo Armando fastidiado buscando el cuarto de baño. Quería orinar, siempre que se estresaba tenía que orinar.

- Yo estoy de acuerdo con Armando, Dr. Rovira.

- Sé que nunca me llamaras papá, tampoco lo busco.

- Es mejor así, dijo ella, alisando su pelo negro lacio.  Asomaban algunas canas en la raíz.

- ¿Qué es entonces lo que quieres? dijo él, regresando del baño, todavía intentando secarse las manos con el pantalón.

- Sólo quiero que se conozcan. Los pocos días que pasaran en esta casa ayudaran. Les informo que el notario viene mañana. Voy a firmar el testamento y quiero que escuchen ahora, para evitar confusiones.

- No me interesa. Puedes dejarme en paz. Dijo él, enrojecido, apretando el puño como si preparara un golpe.

- Eso lo decido yo. Gritó el Dr. Rovira, sólo escucha y convive con tu media hermana, sólo unos días. Después te marchas si se te pega la gana.

Ella, fingiendo estar calma y acostumbrada a presenciar escenas en conflicto se tocó el estómago y dijo lastimosamente, mientras ustedes se confrontan yo muero de hambre, ¿les parece correcto?

¡Igualita a tu madre! Sentenció el Dr. Rovira. Me acuerdo de que siempre se escabullía a los conflictos elegantemente. La comida está lista, pasemos al comedor, contraté una señora que guisa estupendo.

Él y Ella se sentaron frente a frente y el Dr. Rovira en la cabecera. Comieron en silencio como si hubiese un toque de queda. Llegaron al café y ninguno se atrevió a comentar por la rica cena, arroz de pato y un postre de fresas con chocolate negro. Estoy muerta de sueño, dijo ella. Tendremos tiempo de platicar mañana. dijo el Dr. Rovira. Sus cuartos están en el primer piso, me tomé la cordura de poner sus iniciales en la puerta para evitar palabras sin sentido.

Él y Ella, entraron a sus respectivos cuartos indiferentes. Ni unas buenas noches. 

Este cuarto huele a mamá, no tengo dudas. Se movía alrededor del cuarto levantando almohadas y abriendo los roperos vacíos. Ni siquiera abrió su maleta. Se recostó y adormeció. A las tres de la mañana no pudo resistir la tentación de preguntar a su medio hermano sobre su vida. Se levantó y dio tres tímidos golpes a la puerta de su medio hermano. Él abrió de inmediato. No podía dormir. 

- ¿Qué quieres?

- Conversar, dijo ella, tratando de acomodar la blusa medio abierta. Sé que nuestros padres son distintos. Nuestras madres nos parieron antes de conocerlo. Podíamos ser amigos. Le dijo ella con ilusión.

-No necesariamente, contestó tajante, abrochándose el primer botón de la camisa.

El Dr. Rovira, con el oído sobre la puerta, intentaba escuchar. Se frotaba las manos un poco por el frío de la desvelada y otro tanto por la esperanza de que pudiera tener ahora sí, una familia completa para su vejez. Voy por el camino cierto, se dijo satisfecho de sí mismo. Se gustan.

 

 

 

 

miércoles, 21 de mayo de 2025

La paciencia es una virtud

 

Con la camiseta empapada y las botas de hule envueltas en lodo, traía las tijeras de corte en la mano derecha, en la izquierda un pañuelo azul que metódicamente se pasaba por la frente. Su rostro fiero, como un Atila, ya sin territorio, buscaba la botella de agua con güisqui. Daba por terminada la jornada jardinera.

Dos semanas con una lluvia incesante, su camisa de franela mojada le daba una apariencia salvaje, de mujer triste. No sabe por qué, de repente una tarde de septiembre se le encharcó el alma como hoy.

- Ya está la cena, le gritó desde el vano de la puerta, mirando los rosales repletas de botones a punto de reventar. – ¿No me oyes, Manuel? La cena está lista. Suceda lo que suceda ella estaba triste.

Manuel, dejó las tijeras, dio dos tragos a la botella y comprendiendo que el resto del día sería atroz, se quitó las botas, las dejó a un lado de la puerta. Descalzo, con la espalda curva, se sentó a la mesa.

- Podrías ponerte uno zapatos secos, cenar descalzo es de mal gusto. Me enfermas.

Manuel le dio un beso, como para sanarla. Hoy parece que serás más mamá.

Volvió con unos zapatos de goma, sucios como si caminaran entre cenizas. ¿Por qué lloras, mamá?

- No lo sé. Estoy harta. No me gusta dormir de día. Este aguacero me mata.

Manuel comenzó a sorber la sopa de espinacas. 

- ¿Podrías comer en silencio? El diluvio y tú me están matando.

Resignado, Manuel, se concentró, blandiendo la cuchara como un consumado violinista. ¿Ya te enteraste?... La tía Menas se murió.

- Ya era tiempo. Que se queme lentamente, porque estoy segura: el infierno es su destino.

- ¿Existe en tu vida alguna persona digna? Preguntó Manuel, sirviéndose un plato de papas cocidas con cebolla, tenía hambre así que no le hizo el feo al guiso de cerdo y se sirvió abundantemente.

- Dignidad era lo que no tenía la tía Menas, mira que robarle todo a su pobre marido enfermo. No esperó a que se muriera. No soporto a las personas que no tienen paciencia.

- La paciencia se acaba, cuando se abusa, dijo Manuel, chupando un hueso hasta dejarlo blanco y seco.

- No me convencerás. La tía Menas era una vinagreta.

- Será una linda noche, tan fresca como esta agüita, dijo Manuel, limpiándose con la manga de la camisa los labios.

- Yo no tengo sueño. Voy a poner música. Dormir de día me deja triste.

- Como quieras. Manuel entendió que escucharía las mismas canciones una y otra vez. Se levantó de la mesa, volvió la cabeza y le dijo a su mamá: No abras la ventana porque se meten los mosquitos y yo necesito dormir.

Un gran suspiro se aferró en el rostro de la mamá, llevó los platos a la cocina, apagó la luz y a tientas encendió el giradiscos. El único disco que le quedaba giró, con su mano huesuda y temblorosa levantó la aguja y la dejó caer en el disco. De repente la templada voz de Lucho Gatica se apropió de las paredes. Los rosales parecía cabecear al ritmo de la voz. La mamá tumbada en el sofá se dejó llevar por sus recuerdos. La tía Menas, en el dormitorio, desnuda, insinuante, le tocaba los muslos, el pelo, los senos. Como tantas otras noches, el jadeo mojaba su camisa de franela. Abrió la ventana. Entraron los mosquitos. Giraban rítmicos como la voz de Gatica.

Manuel, rascándose la oreja izquierda hinchada de tantos piquetes, miró a su mamá recostada en el sofá moviéndose lúbrica, la tomó de los hombros, la sacudió. 

Había perdido la paciencia. 

martes, 20 de mayo de 2025

Pies en rama

 

Solitario como el árbol que come sus raíces, el capitán Acevedo fue perforado por la luz rota de la conquista. Para él la batalla fue su flor. Una semilla que estalló en su carne y nunca encontró labios fértiles. Así pasó su vida frotando sus radios y sus húmeros hasta que la chispa encendió el bosque. Él, como el bello dormido, nos llama por la noche para cantar al moribundo viviente del nosotros. 

Su garganta azabache llegó de las islas Azores. A pesar de la noche desierta, él sigue entre nosotros bañándose entre ramas de pirú y menta. 

En la procesión del pueblo todavía se siente el humo del fusilamiento. El sol todavía reconoce los rostros; el nombre de la derrota en el gran árbol viviente de los siglos. Él, danza cara a cara y en el cruce de caminos la dureza del combate tendrá su nombre.

 

 


domingo, 18 de mayo de 2025

De como dos señores conversan en el café de Don Abundio. Sus preocupaciones y la confusión que cada conversación establece.  


De como dos señoras conversan en el café de Don Abundio. Sus preocupaciones y la confusión que cada conversación establece.

 - El cielo se ha roto.

- Ni que lo digas. No para de llover.

- Ya estaba escrito: un reformador no dura y ya tenía una edad que…

- Por eso hay que abrigarse. No exponerse a situaciones que nos expongan.

- Es verdad, sus problemas pulmonares se agravaron.

 - ¿Tu ya dejaste de fumar?

- No mucho. No hay ningún mandamiento que lo prohíba. 

- Déjate de cuentos. Es pura voluntad.

- La voluntad nos es ajena. Sólo hay una e inapelable. Por eso hay un dolor en los rostros creyente. Ni el más poderoso puede evitar el llamado.

- La energía verde no es la solución. Es la máscara del dominio.

- La palabra, eso es tenemos que hacer. Volver a la palabra. 

- La palabra de la Ley.

- Eso mismo. El representante del Verbo en la tierra lo dijo claramente. La teología de la liberación nos consuela.

- La liberación de precios es lo que nos hace pobres. ¿Qué te pasa? La doctrina de los medios no te absuelve.

- Mira la televisión. Quiero ver el cortejo.

- ¿A quién coronan?

- Al vicario.

- ¿Al vicario? ¿Que no es Carlos III?

 

viernes, 16 de mayo de 2025

Un día más tarde


El helado de chocolate, el algodón de azúcar, la fotografía con el tío Jorge junto a los leones de bronce en el bosque de Chapultepec; fueron grandiosas vacaciones en el 86.

Hoy, Pedrin, cuando pasa las páginas del álbum, el sol en su cara morena, sus pantalones Topeka y su camisa naranja avivan su sonrisa.

 

martes, 13 de mayo de 2025

Güerito


En su tránsito terrestre el güerito tuvo un aire lacustre y esa cóncava voz de gallinazo. Llegó con una mancha de amor en la camisa. Cuando bajó la escalinata del barco que lo trajo de Islandia, la mancha fue creciendo, se metió entre las cuerdas que detenían el barco, se enredó en el barandal y se metió en el equipaje del primer belis que salió a su encuentro. No pasó por migración y como un pájaro amoroso esperó al güerito en el lobby de la estación. La mancha lo siguió a la cafetería, se sentó en la mesa codo a codo con el güerito. Estuvo coqueteando con todas las muchachas que desayunaban, ellas sentían como se metía debajo de su blusa un ardor, una calentura espontánea. La mancha estuvo de blusa en blusa hasta que el güerito pagó la cuenta y salió precipitadamente del café. Ya lo había hecho en otras ocaciones para tratar de confundir y deshacerse de la mancha, pero ella, con la intuición del cariño empecinado lo encontraba con tan sólo caminar unas pocas calles.

Caminó en zigzag, entrando y saliendo de almacenes, se sentó en parques, estrechó arbustos, se abrazó a los árboles; cruzó calles sin esperar el verde en los semáforos. La mancha como un sudor rancio lo seguía.

No se habrá dado cuenta de que el amor mancha, que soy una huella indeleble y que no se puede abandonar de buenas a primeras. Mi lealtad es profunda. Sinceramente, no me atrae, soy mancha por vocación, desinteresada. Como toda mancha tuve una infancia, juguetona, frágil y funesta. Mi desencanto comenzó temprano y de nada sirve lavar y tallar la prenda en donde guarezco.

Cansado de caminar todo el día, antes de llegar al hotel, el güerito se sentó en las escaleras del Monumento a los Aliados. Si platico con ella, si la confronto. Si le digo que me ha nacido el desamor. Tal vez lo entienda. Desterrar ese líquido que como bailarina gira y gira y me llena de negros hilos esos sueños por volver a enamorar. Sé bien     que mis heridas me crispan los nervios y no sólo tengo manchas, a veces siento que seres verduscos se meten en mis ojos y me dejan el corazón con tierra.

Oye tú, le gritó a la mancha. Y a basta de seguirme hora tras hora, necesito silencio, no lo entiendes. ¿Qué quieres de mí?

Eres mi pesadilla güerito, mi último caballo. Eres mi día solar. Soy tu hidra. Tu amante. Tu sombra rumbo al altar.

El desamor es mi brújula ¿no lo entiendes? Soy un frio hueso, no te necesito. ¿Qué puedo hacer? Para matarte.

Dame otra noche más y dame tu apellido y tendré mi mancha degollada. Lléname de blanco para migrar por el cuello de la luna como un crimen perfecto. Enamórate de mí y desátame esta cuerda que te abraza.

Con urgencia la noche se acumuló y la guadaña fue rápida. Un solo golpe enamorado bastó para diluir la mancha. Con un nudo en la garganta, el güerito, desde entonces se le olvidó besar.

jueves, 1 de mayo de 2025

Mayo 2025

 


Con la fluidez de Landau mayo recorre las transiciones de fase para que nuestra mirada se convierta en cuántica. Sabremos entonces las propiedades del helio II.
 Como todos saben, hay un mínimo teórico necesario para encontrar densidad en nuestra existencia.

Que mayo tenga la densidad transitoria.