miércoles, 23 de mayo de 2018

Cadencia perdida


Como arroyo de serpentina su cadera se movía. Sí, que se movía. Al anochecer, los timbales sonaban sin ser vistos, pero ella los escuchaba. Para nosotros es tan extraño que alguien pueda moverse de memoria, porque no hay música, ni malecón, que sería lo adecuado. Aquí, en plena calle, a la hora que la gente sale del trabajo. Harta, meticulosamente desabrida, y ella, descalza, comienza a bambolearse, a mecerse como aquella prima Norma, con su radio a todo volumen. Pero ella, la de la Avenida Principal, se distingue porque no hay radio, la música es interior. Por eso la vemos de manera extraña, pensamos que está fallida. Si no escuchamos esa música no podemos incorporarla a nuestros cuerpos. Es verdad, se mueve bien, pero la incertidumbre, precipita nuestra reacción hosca, violenta. Ella parece que no oye, está en trance. Ni siquiera nos mira. Mis hermanas lloran de rabia. Envidian esa soltura, esa libertad corporal. Cuando llegan a casa, mis hermanas se miran al espejo, no entienden porque no pueden bailar como ella, sin inhibiciones, con su música interior. Deciden buscarla, hablar con ella. La encuentran a dos calles de donde acostumbra moverse o bailar, nunca lo sabremos. Le preguntan, le suplican, ella las mira azorada. Llevan un radio, lo encienden, le piden que las enseñe a moverse, a ser libres. Ella se asusta, la tratan de calmar, le preguntan su nombre. Ella no entiende. No recuerda. No se acuerda de nada.

No hay comentarios.: