viernes, 9 de marzo de 2018

Rondar


Las calles que no se han de caminar habitan en rieles paralelos. Uno se parece a la madera que no ardió, el otro, a la niebla suelta de la casa paterna. Hacer la ronda cotidiana construye el alfabeto de las ciudades. Por eso todas las calles habitadas en los zapatos saben a continente. Doblar la esquina, encontrar la línea, la piedra sobe piedra, el asfalto, las ventanas y sus puertas. Destinada a ser ciudad, sabe que su paraíso son las pisadas, andar y andar entre años que la construyen y destruyen. Su almacén está repleto de respiración, de ojos, de voces audibles siempre en la flor de la edad. Recorrer en compañía del entonces. De lejos nada ha cambiado. Todo en su lugar en la memoria. Por eso nunca distinguimos las calles que no hemos caminado. Alimentamos el oído, y enumeramos los olores que llenan la cabeza. Es entonces que la madera arde y la niebla invade la lejana casa paterna.