viernes, 2 de enero de 2015

Cuadros de una visión inconclusa


I
Los seres se forjaban en el alba de la sensibilidad física. Su pasado era un cúmulo de memoria empolvado en grandes archivos de la biblioteca central.
Estos seres no se acomodaban en ningún espacio referido por los límites de la visión. Surgían sin reclamo específico, sólo duraban en la antesala de cualquier dato sensible.
Si nos fuera dado conocer sus aromas, ninguno se mostraría tan alevoso como cuando se les reclama, mostrando la ironía básica de su existencia.
Yo los conocí cuando apenas eran un soplo y desde entonces, no hay más que esperar un deshonor de mis ratos en torno a una pálida evocación a los juguetes, para que ellos se muestren.

II
La arritmia carcomida por los rumores de luz desenvuelve la posibilidad de encuentro. La primera como sabor y la segunda como tacto. Cualquiera de las dos carece de sentido, pero permanecen ambientalmente sobre las cortinas, que revelan a intervalos de viento, lo reducido del paisaje. Manjar siempre en discordia con el apetito; antojos sin paladar y sin aliento al paso del placer.

III
De color sumamente áspero, los rincones dormitaban sobre sus aterrados polvos en el almacén intocable de la mugre. A semejanza de las entrañas viscosas del iluminado pabellón de los misterios.

IV 
Azotados por el vapor, las pequeñas hojas golpeaban plácidamente sobre las piedras, atónitas por su fragilidad de tacto y su inmediatez de…

V
Quiero que sepas que hacía más de cinco años no volteaba a mirar las figuras que disponían la entrada.
Prefiguraba ideas acerca de sus contingencias, irrelevantes para su trasfondo, pero inevitables para el desarrollo de mi espacio.

VI
EL anhelo de disentir una vez más en los entornos de la emoción, eclipsa bellamente el círculo atontado de las horas.

VII
Sin esperanza, se perdían en un sonoro dolor todas las visiones divinas que el antojo colocaba, como feliz desencanto a la certidumbre de saber, a pesar de los errores, la existencia de un mundo nuevo, que presumía de sumir hasta el centro su huella y que ahora se perpetuaba como temperamento.

VIII
La silla dispensaba su sombra, borrando su aquilatada soberbia en una extensión inusual sobre un piso decrépito y jorobado, pasando sin lugar a dudas por una reconvención de la luz, que oblicua llegaba a tocar los perfiles de cedro bronceado.
IX 
Las desfiguraciones poéticas se transfiguraban en una narrativa histórica, en cuya evolución anárquica las leyes naturales fantaseaban.

X
Regordeta, la roca húmeda, pesada y sorda, percibía su erosión como maquillaje disoluto.

XI
El lago claro y tibio se desliza en la sombría cera de la llanura.

XII
El paisaje peca de esgrimir la figuración como fin.

XIII
Al cerrar la puerta el reflejo se retorció hasta el alarido. Su última bocanada de luz incolora y fina se impregnó en las ventanas.
Asesinato inútil y perfecto. 

XIV
Estiraban las manos con una apetencia sólida de encontrarse con la luz, así con la ruindad del dormitado, sin darse cuenta de su desnudez que rozaba el simulacro del descanso. Imaginaban que todas esas horas de espera significaban la primacía de hallar, a solas y en secreto, la revelación de un misterio maravilloso y eterno: la mañana apresada por la luz.
Al llegar ese momento se encontraban sus dedos gesticulando sin descanso. La nada en círculos canturreaba afirmaciones poco precisas, para desconcertar a cualquier existencia; fanfarroneando su intromisión en los objetos que, a pesar de ser reales el ambiente les desfavorecía. 

XV
El ser como delirio de libertad, padece evaporaciones sustantivas.

XVI
Las eternas dudas se dispersaban por las hendiduras, carcomiéndolas hasta dejar orificios minúsculos que saturaban la superficie de manera tan pertinaz, como si una voluntad extraña arrojara su presencia sin contemplaciones.
Yo me encuentro acotado por el intenso frío que produce la estática de la visión, indeciso de cavilar sobre la dilatación de la pupila; sumido en una petrificación sudorosa, que no conduele a la antigua movilidad de los dedos. EL escepticismo me perfila como reptil confundido en su alboroto.

Esas normas que persiguen toda disparidad de los contornos, ciegan cualquier intento por desprenderse.

Texto publicado en la Revista Monolito XV