A las tres y media de la tarde en el minuto diario, están en escena el señor del sombreo y el sol. El crujir de la estancia en ese juego animado del instante. Una claridad se obstina en el mundo que se pule, que se representa con actores anónimos de trapo, de papel o de carne. Fuera del tiempo, sentada, la retina, dura en edad, contempla la atmósfera, retiene el aliento y se diría que todo es sereno. Que el desvelo va y viene y es tan dulce encontrarse con una puesta en escena; esa constelación ardiente de una vida que se abraza desde el primero al último acto. A la orilla de la puerta, el río de la calle se queda mudo y en espasmo. Hay una huella celestial, un goce, cuando pensamos que todo fue un ángelus fallido. Todo fluye en el secreto. Por eso te lo digo.
jueves, 20 de abril de 2017
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