viernes, 25 de octubre de 2013

Princesa verde


Era de un verde bien trabajado de clorofila entrelazada por siglos. En la médula de la esmeralda nadaba su reino. Tenía unas patitas de mujer paisaje y en su blanco humor de alegría encallaba su lecho. Su eternidad era dura y su amor visible. Las orugas, como séquito embelesado, subían por su cuerpo que se estremecía al sentir el calor de sus patas y su baba toxica. Era entonces que tenía esos sueños clamorosos. Esos sueños liados con vuelos de mariposas y sustos de aguacero. Enormes hojas le daban esa calidad de princesa. Sentía el corazón de hierba ardiente y en los límites del ensueño era equitativo el juego con el macho. Las raíces se bañaban con agua bronca y los mosquitos mordían con furia sus pantorrillas. Todo era furtivo. En ese humus de sueño liquido  donde los cortesanos huían despavoridos.  Sin temor, se tocaba los pechos para sentirse excitada. De la liana de su cabello subían y bajaban las resonancias glaucas. Toda la noche se meneaba en esa cintura ancha.

Al alba, los espesos musgos ocultaban la sutura de la fiebre para acallar el rumor de la envidia de los que tienen la carne quemada. Cuando llegaron las polillas ya eran de carbón sus invocaciones.

Sólo puedo añadir, que su reino floreció entes de que el volcán humeara  y los compases binarios se escucharan por el paso de los ríos. Antes de que la primera sirena fuera vista en aguas de América. Cuando los pescadores tenían hipocondría por el azul  y las casas se construían de barro.   

Sergio Astorga acurela/papel 50 x 70 cm