viernes, 26 de mayo de 2023

Caza menor

 


Sus cajones palpitaban, inundaba de cánticos la habitación. La cama nace con helechos. Florecen como los cactus, una vez al año. Pálidas, las lagartijas tenían sed de sol. Se acumulaban sus cuerpos disecados en los cajones de roperos y cómodas. Cuando todos duermen, él, como si viniera de un éxodo verdoso, atrapaba lagartijas. Primero atrapó todas las que habitaban en el jardín de la casa. Después, largas caminatas por parques y jardines de la ciudad, llenaba sus bolsillos del pantalón con lagartijas verdes y de colores. Emocionado, regresaba a casa. Entraba a su habitación y llenaba sus cajones como si fueran féretros hospitalarios.

Un viernes santo, nos dimos cuenta cuando, como prisioneros consumados, las lagartijas vivas realizaron un motín. Corrieron por toda la casa. Al principio las comimos con hierbas de olor. Su sabor era hostil, amargo, nos rasgaba la garganta. 

Repuesto de su desdicha, él, preparó las lagartijas a las brasas, con ajo y cebolla. 

Nos fascinaron, por eso todos los fines de semana vamos de excursión. Ya nos faltan cajones en casa y decidimos comprar baúles. 

Compramos todos.