jueves, 14 de mayo de 2009

Viaje por la I 40

Usar los caminos es extender el rostro de las cosas y sentir que el movimiento circular de la tierra nos predispone, en aparente línea recta, a tejer la promesa vaga del encuentro.
Al alba, se rescata el mito de la salida en caravana, y el tiempo devora la distancia como si fuera un depredador de mansedumbres.
Así como el vaho de las antiguas bestias que cruzaron los caminos, el sol, como naranjo pletórico en su esfera, enmarca la inconsciente emoción de copular el trayecto con el asombro de lo nuevo.
Una serpiente de asfalto, carbonizada, nos sale al
encuentro y es opulenta la claridad de la tarde.


Sí, sigue intacta la sensación del nervio tenso, la incertidumbre de los lugares por ver; la energía apenas contenida y el suplicio de contar con terca parcimonia estas remembranzas caminadas.
Esta ausencia, no fue por falta de antojos, sino por exceso de ellos. Algo me decía que mayo era de vuelo y el calendario así lo atestigua.
Este Abarrote como saben, tiene su sede, no sé por cuanto tiempo, en la ciudad de Los Álamos, Nuevo México, en los Estados Unidos y fuimos invitados, bueno, fue invitada la dueña del Abarrote -yo sólo soy el que levanta y cierra la cortina y atiende a su estimable clientela- a dar una conferencia sobre la investigación que realiza en el LANL sobre ligas de materiales y almacenamiento de hidrógeno en la ciudad de Knoxville en el estado de Tennessee.
Un largo viaje de ida y vuelta que sumarian 4 828 kilómetros (3000millas) aproximadamente de oeste (west) a este (east) atravesando Nuevo México, Texas, Oklahoma, Arkansas, Tennessee (Knoxville se encuentra muy cerca de Carolina del Norte).


Decidimos rentar un auto y aventurarnos a mirar metro a metro. Rentamos por ocho días, seguro incluido, por 350 dólares un automóvil Chevrolet, marca símbolo de la industria automotriz perteneciente a la General Motors (hoy en severa crisis) tanto así que se llegó a decirse en un eslogan famoso “lo que es bueno para la Chevrolet es bueno para Estados Unidos”. El auto era prácticamente nuevo, con la ventaja de que el costo no tiene límite de kilometraje, sería el potro azul cobalto que nos llevaría del oeste al este.
Decidimos salir el viernes por la tarde, preparamos el itinerario de viaje: el primer día saldríamos de los Álamos con rumbo a Santa Fe, (capital de Nuevo México) en Santa Fe teníamos dos hipótesis: seguir por la 25 sur (south) hasta Alburquerque y de ahí tomar la interestatal 40 o tomar un atajo que nos ahorraría una hora de camino, y tomando en cuenta la distancia este ahorro tenía su valor nada despreciable.
Aquí me gustaría poner en el mostrador de éste abarrote una pequeña reflexión sobre como el trazado de los caminos perfila la psicología de una nación, un ánimo, una manera de solucionar, en estos cuatro mil kilómetros no hubo un solo engaño en la señalización de la ruta a seguir, claro el territorio ayuda, es un trazado limpio y plano, conducir fue un verdadero placer, si el máximo de velocidad era 75 o 65 millas por hora el 90% de los conductores respetaba y oh sorpresa para mí los camioneros (traileros) respetuosos e impecables en su conducción. Y miren que el sindicato de los traileros es uno de los más grandes y poderosos de Estados Unidos. Ustedes saben que yo nací en la Ciudad de México donde conducir es un acto de arrojo, de paciencia y habilidad y donde uno se enfrenta a las “peseras” (transporte privado de pasajeros) en donde el riego de ser arroyado ya como conductor, peatón o pasajero es constante, pues pensé que en la escala humana no había conductores más salvajes e indiferentes del respeto a la vida del otro hasta que llegué a Portugal, donde conducir en la ciudad o en las carreteras es una experiencia traumática, prepotencia, machismo, incivilidad absoluta, no he sentido mayor estrés y miedo que en esos caminos, si la velocidad máxima son 120 kilómetros uno es rebasado por la derecha o izquierda, no importa por donde, al doble de esa velocidad permitida y ni hablar de las señalizaciones, uno puede encontrar las flechas señalando al infinito y uno no sabe si indica derecha o izquierda o cielo. Sé que mis amigos de España querrán ser mencionados y les puedo decir que ya atravesé la península desde Oporto hasta Barcelona y el único incidente a contar fue la impaciencia e insolencia de los camioneros, que prácticamente te avientan su camión encima de tu auto. Interesantes maneras y actitudes
iremos encontrando a lo largo del camino.


Pues a las cinco y media de la tarde del viernes primero de mayo, decidimos emprender el viaje utilizando el atajo, en cualquiera de las dos rutas teníamos que llegar a Santa Fe, y de ahí tomamos la 25 norte con rumbo a las Vegas, Nuevo México, no confundir con Las Vegas en el estado de Nevada, al llegar a la 285 sur salimos en la 290 llamada Clines Cornes y de ahí hasta conectar con la Interestatal 40 que nos llevaría hasta Knoxville. Después de tres horas de camino y para no conducir de noche decidimos parar en Santa Rosa, Nuevo México en el motel Super 10, una noche por 36 dólares, estupendo.
Mañana muy temprano le seguimos dando al abarrote.

Al golpe del cansancio, cuando el olor del asfalto se confunde con el olor de hembra que la noche trae, llega el momento de parar y dejar que el camino descanse de nuestras ganas por llegar a nuestro indescifrable destino. El ojo de la carretera se cierra y en las montañas se va enfriando el calor desértico y los cuervos se confunden con el hueco que queda cuando se pone el sol. Sólo el tiempo parece que ha quedado inmóvil, aquí en este cuarto, se me vienen un tropel de caminos y el desorden del aquí me duerme.
Sergio Astorga