jueves, 3 de octubre de 2013

El día que colmó su cántaro


Más abajo, donde suelen nacer los vapores y rescata el manantial la conversación de los minerales. Más abajo del vientre donde se socava la fértil  voz de los cuerpos. Más abajo, donde está enterrado el otoño y sus resurrecciones. Ahí, rodeado de pieles ya sin territorio, coexistió con esa maraña que los breviarios  llamaban vida. En esta gruta urbana tuvo diversas máscaras y miserables muertes. Cada día un torrente de metálicos brillos en el lodo del suburbio. Asediado, mes a mes desfallecía apurando esa copa negra de su tiempo. Nunca pudo hurgar en su bolsillo un sol que no estuviese enterrado. Amó como debía, porque las calle no tenían caderas frías y cortó la mala racha con un mirar de sierra. No le hablemos de felicidad,  que la palabra le sonaba hueca como el hambre.


El aguijón penetró hasta el fondo de su carne. Un dolor de tierra se le pegó en la boca. Después de treinta años fue cesado de su cargo. En la intemperie, en nupcias con el desencanto, se entregó a las líneas paralelas del tranvía. 

Sergio Astorga acuarela/ papel 36 x 56 cm.