jueves, 25 de septiembre de 2008

"La Concepción"



Tú no te das cuenta, pero te pasas las noches mordiendo la sábana, como si al mascarla desgarraras el sueño que quieres. Jadeas. Sudas. Tragas saliva como si ésta fuera un jarabe dulzón que te diera voz; quisieras contar lo que sientes, lo que oyes, por eso muerdes la sábana. Sabes que tu obligación es callar. Puedes ir y venir por toda la casa, no la tuya, la de ellos; los que pueden vivir sin importarles tu existencia. A ti no te molesta. Es tu trabajo. Limpiar. Fregar, lavar, cocinar, joderte para ellos. Sin voz. Sin oídos. Testigo siempre mudo. Viviendo indiferente la vida de los otros. ¿Qué vas contar? si no te enteras de nada. Sólo retazos, retazos; retazos que en la noche, cuando la casa calla, reconstruyes en tu sueño y muerdes, masticas la sábana.
Sin embargo, tampoco el sueño es tuyo, es de ellos. Tú lo dudas. Te resistes. Tú querías venir a la ciudad. Progresar. Soñabas. Hoy no sabes para qué. Tú cumples con tu trabajo. No tienes amigas porque sabes que son como tú, con vida prestada para los domingos o el día de descanso en que los otros quieren que vivas tu propia vida. Por eso, aunque no te das cuenta, masticas la sábana por las noches.

Redonda como pelota hecha de adobe "La Concepción" parece que rueda cuando camina. Se levanta al sol, peina sus cabellos negros y su sonrisa de máscara olmeca no la abandona durante el día.
Sale a barrer cuando todos los de la casa todavía duermen.
"La Concepción" dice que una banqueta barrida sabe a casa limpia.

- Concepción ¿ya te levantaste?
- Si señora.
- Ten listo el desayuno del señor y el de las niñas.
Carne asada para el señor; pan tostado y toronja para la señora; un jugo de tomate para la señorita y para la niña, chocolate con churros. Hoy es domingo.

-"Conchis" ¿me lavaste mi vestido azul?.
-Si niña.
Rápida. Sonriente."La Concepción" trabaja. Se siente útil.

- Concha, lava el coche que voy a salir.
- Si señor.
Lo conoce, el señor sale todos los domingos,¿a dónde? No lo sabe. La señora tampoco, dice que son negocios. No le importa. Es casa de ellos. El coche ya esta lavado.

- "Conchitis", ¿me subes el jugo a la recámara?
- Si señorita.

Aquí las paredes tienen oídos. Escuchas todas las noches un zumbido pertinaz, sordo. Tu cuarto no es grande, por eso los sonidos se quedan pegados a las paredes. Al principio pensaste que el zumbido pertenecía al viento que se colaba por los resquicios de la puerta, pero al despertar tenías los oídos inflamados. Recuerdas el remedio de tu madre y cortas unas ramitas de ruda. Las hueles. Te sientes aliviada. El picante olor de la ruda te penetra, te sumerges en otro sueño, el tuyo, el que has olvidado, pero el zumbido persiste, retumba dentro de ti. Te asustas. Piensas que estas loca, y de repente el zumbido disminuye, se apaga, se pierde entre los rumores de la calle que también se despierta al sol. Entonces peinas tus cabellos negros. Te sientas en la cama y por un instante te sabes bella. Renace la sonrisa olmeca de tu rostro y quieres gritar lo que sabes, pero tienes miedo. Te zumban de nuevo los oídos. Tomas la escoba y sales a barrer.

Durante el desayuno de un domingo tibio "La Concepción" fue adorable. La carne asada del señor: un éxito. La señora se enceló, ella no sabe ni freír un huevo.
El señor les dio un beso a la señora y a la niña. "La Concepción"
recibió una palmada en el hombro corta y sincera del que se va satisfecho. "La Concepción" se puso colorada y su sonrisa no le cabía en el rostro.

- Concepción, ¿porqué no bajó Claudia?
- No lo sé señora.
- ¿No va a desayunar?
- Le subí un jugo a su recámara, señora.
- Esta Claudia está insoportable. Yo a los diecisiete era más respetuosa con mis padres.
Altiva, limándose las uñas, la señora bostezaba con su cara de urraca.

- Conchis, ¿me das más chocolate? Está rico.
- Si niña.
Dorados trece años se desbordaban por su cuerpo. Púber y precoz, la niña saboreaba su chocolate.
- Conchis, ¿mi vestido azul?
- Orita se lo doy niña.

- Buenos días mamá. Hola Conchitis, al jugo le faltó limón.
- Se me olvidó señorita.
Mustios ojos canela. Claudia tiene buen busto y una espinilla en la frente.
- ¿Porqué no bajaste? Tu papá ya se fue.
- Ay mamá, estaba muy cansada.
- ¿A qué hora regresaste anoche?.
- A la una.
- Y lo dices así.
- Tengo diecisiete años, mamá.
- ¿Te parecen mucho?... A tu edad, yo tenía que llegar máximo a las diez.
- Eso fue hace mucho.
- ¡Claudia!
- Fue una broma... Eran otros tiempos... entiende.
- ¿Y se puede saber adonde estabas?
- Ya lo sabes... En casa de Bertha.
- ¡No es cierto!.
- ¡Tu cállate! Escuincla babosa... Conchitis ¿me das más jugo?
con limón ¿eh?.
- Si señorita.
- ¿Y quién te trajo?..
- El papá de Bertha.
- ¿Y porqué no subió?
- Ay mamá, ¿a esa hora?
- La luz de mi cuarto estaba encendida.
- No empieces.
- Los papas de Bertha son de confianza.
- De eso te quería hablar... Fíjate que Bertha y sus papas… el próximo fin de semana se van a su casa de Acapulco... ¿puedo ir?
- ¡No es cierto!
- Mamá, dile a Conchitis que se la lleve.
- Anda sube a tu cuarto.
- Claudia es una mentirosa.
- ¡Conchitis, llévatela!
- Si señorita... ven niña, vamos por tu vestido.

Quisieras huir. Tumbarte en la hamaca. No pensar. Quedarte quieta mirando cómo la marea se mece al ritmo de tu respiración. Sola en tu costa, en tu arena. Confrontando tu piel al sol; a ese sol que te labra. No hay zumbidos, sólo el murmullo caliente de las palmeras... Quisieras un coco. Abrirlo. Beberlo. Refrescarte la garganta y dormir... Dormir sin soñar. Así como la roca: quieta, sola; que no se inquieta cuando la furia de las olas chocan; ni cuando la espuma la rodea y la acaricia. Qué lejos... que lejos te sientes y que sola. Por eso muerdes la sábana en las noches. ¡Despierta!... el zumbido nace de ti. Es tuyo. Crece en tu cuerpo. Te desbordan las entrañas. No lo niegues. Por tu nombre darás la vida.

"La Concepción" subió con la niña a su cuarto y le entregó el vestido.
-Gracias Conchis. Te quedó muy limpio.
- De nada niña.
- ¿Cómo le quitaste la mancha?
- Tallando niña... tallando.
- No se lo digas a mi mamá. Era sangre.
- ¿Se cortó niña?
- Ay Conchis, ¿cómo eres?. Las mujeres sangran. Yo ya soy mujer. ¿Tu no sangras?
- Si niña. Yo también.
- ¡No me digas niña!
- Bueno. La dejo, voy a lavar los platos.
- Oye Conchis, no se lo digas a mi mamá.
- ¿Qué?
- Ay Conchis, lo del vestido.
- No le diré nada.
- Gracias Conchis. Me caes bien aunque seas fea.

"La Concepción" bajó las escaleras aturdida. Entró a la cocina con los pies hinchados.
- ¿No me estas engañando, Claudia?
- No mamá. Si quieres háblale a Bertha.
- Mira que si no me dices la verdad...
- ¿No me tienes confianza?
- Si pero...
- Ya tengo diecisiete años mamá.
- Lo se hija pero, que vayas sola no me gusta.
- Si no voy sola. Voy con la familia de Bertha... a la casa de Acapulco. Dame permiso ¿sí?
- ¿No me engañas?.
- Si quieres habla con la mamá de Bertha... Conchitis, sube a mi recámara. Sobre el escritorio esta mi agenda. Tráela. ¡Ándale! no te quedes parada con cara de boba.
- Si señorita.
Al salir, "La Concepción" se sentía triste, incapaz y con hambre.

- ¿Qué hace ahí niña?
- Oyendo las mentiras de mí hermana.
- No está bien que se esconda tras la puerta.
- Claudia es una mentirosa. Si no fuera mujer la acusaría.
- ¿Porqué niña?
- Porque hay que ser solidaria con las mujeres. Yo ya soy mujer sino... Claudia quiere irse a Acapulco con el novio. Los cahé hablando por teléfono.
- Ay niña.
- ¡No me digas niña!.. Conchis, ¿porqué pones esa cara?...¿qué te pasa?
- Nada. No tengo nada.

Tú lo sabías. Te dejaste envolver y ahora tienes miedo. Tiemblas. Te hierve la sangre...los muslos. Te dijo palabras extrañas. No entendías pero te gustaban. Te adormecías. Te dejaste llevar por el sonido de su voz, por sus manos...Te dijo que eras bella. Que sentía por ti un amor antropológico. Que cuando hacía el amor era como hacerlo a un ídolo. No entendías sus palabras pero te gustaban. Te sentías princesa. Hoy tienes náuseas. Tu cuerpo no miente, él se larga a Acapulco. Y ¿Tu? ¿Adónde?

Temblorosa "La Concepción" traía la agenda bajo el brazo.
- Mamá, pero es el próximo domingo. ¿Qué te cuesta? Dame permiso.
- No sé...
- Conchitis dame la agenda. Habla con la mamá de Bertha. No seas mala mamá.
- No es necesario.
- ¿Entonces si me das permiso?
- Pídeselo a tu padre.
- ¿Tu se lo dices primero?
- No... ¡Concepción! ¿Qué haces? ¿No oyes el timbre? abre.
- Si señora.
- Aunque no me de permiso mi papá, de todas maneras yo voy.
- Atrévete...

- Gracias Concha. Se me olvidaron las llaves. Y ¿esos gritos?...
¿De qué discuten?
- No lo sé señor. No quiero saber.
- ¿Qué tienes, Concha?...¿estás enferma?...¿qué te duele?
- Los oídos señor... Los oídos.

Recoges tus cosas. Te marchas sin decirles nada. Ni siquiera a él. No quieres explicar... pedir.... Quieres llevarte sus manos en tu piel; su voz entre tus cabellos. Ya no morderás la sábana por las noches. Morderás al mar. Tu vientre crecerá frente a la playa. Dirás a todos que fuiste amada como un ídolo y que a tu amante se lo tragó el mar de Acapulco cuando nadaba... nadaba. Te abandonarás en la brisa. Te perderás bajo el sol cuando nadie te vea. Y tal vez volverás a soñar con tu sonrisa olmeca... Y la roca... Y la arena... Y la asonancia... Encabalgas la noche... tus recuerdos... Callas...Te duermes...
Sergio Astorga.