jueves, 12 de septiembre de 2013

En la mesa


La mesa estaba en el rincón del restaurante. No estaba convencido. Reticente, caminó hacia ella. Con frases cortas como sus actos, se sentó en la silla con respaldo de mimbre. Era curioso, esa silla no tenía nada que ver con la decoración del sitio. Vamos, hay cosas que son incongruentes, debe de haber algún principio porque ir a un restaurante a beber un café y no procurar que la clientela, ya que ha salido de su casa, no tenga un espacio acogedor… Debe ser rehabilitado de alguna manera, con un biscocho o algún asado que merezca la pena pasar por alto tal incoherencia.
¿Qué pedir ahora? Se decidió por unos huevos fritos y un café con leche. Se quedó largamente hipnotizado por la amarilla yema, no le interesaba saber la cantidad de colesterol que iba a tragar, no, una infinita serie te tablas pintadas se le cruzaron por su mente. El huevo ya está frito, no hay remedio. Si estuviera crudo podría partirlo, quitarle la placenta, vaciarlo en un recipiente y pintar al temple con esos pigmentos que le regalaron en su cumpleaños. Al segundo trago de café, sintió que era observado. Nada más normal en un restaurante, pero él sentía chicotazos de pupilas en su espalda. Le llegaba el cuchicheo de los parpados que se abrían y cerraban descomunales. Las imágenes se concertaban, lo envolvían en un tiempo imaginado donde el antes y el después pierde sentido.
El mesero no aparecía, nunca aparece cuando uno lo necesita. Quería beber agua o vino o algún líquido que repusiera el sudor derramado. Buscó primero la ventana y después, de un salto encontró la puerta junto a esa señora de uñas descalabradas que no dejo de clavarle su mirada desde el inicio.

Hipotéticamente, hay hechos que solo se dejan comprender cuando se regresa al lugar que nos destapo las sensaciones. Tal vez mañana cuando regrese, si él pidiese en lugar de huevos fritos, una ensalada, tal vez tendría miradas más amables en su entorno.

Sergio Astorga
Acuarela/papel 20 x 30 cm.