jueves, 11 de septiembre de 2014

Benita Abreu


La mañana apretadita a su cintura, así le gustaba, no la mañana amplia, desbordante, esa que no cabía en sus hábitos de cobre. El día que no empezaba con un buen talle no valía la pena de ser vivido. Efímera, como el fondo de una botella de buen vino, era su gusto matutino. Era tónica su voz, eso no se puede negar y con tempraneros cantos de bolero o alguna aria aprendida, cuando niña con las monjas Clarisas, daban el contrapunto ideal de su carácter. Hay que decir que desde ese tiempo, su catequismo era un espectro de culpas y sensualidades que se mostraban en el uso de grandes y entalladas faldas que le llegaban hasta el huesito.
Mariposas de sangre, hinchadas, llevaba en su pecho. Siempre el preludio del nido estuvo en su consciencia y los denuedos de sus labios se apretaban hasta balbucir el cuarteto de su *Nervo,  obteniendo un viático de calma. Su vida se extendía como una ala de su sombrero, creando una bahía refinada de arenas doradas y inexpugnables castillos deshabitados. Nunca su traje halló fatiga; incorruptible, estaba atento a repasar cada una de sus lineas. El mundo de Benita Abreu contenía un sólo hemisferio, y eso tenia su encanto. Su fortuna era simple, mullida, como si en sus ojos no cupiera el disturbio, ese que todos conocemos si somos febriles. 

El prodigio era mirarla pasar como una centella pálida. Uno se imagina un volcán en llamas que en cualquier momento calcinaría los fantasmas y una lascivia, vuelta piedra, envolvería su cuello. 
En secreto, el escrúpulo de su encanto, nos deja la tentativa mortal de proferir algún saludo, aunque sepamos que lo que bien se mira nunca se aproxima.


*Amado Nervo, poeta mexicano.
 Exhalación (soneto)
"Cayó la tarde y el taimado anhelo
que noche a noche la extensión explora,
busca en vano la estrella donde mora
mi luminoso espíritu gemelo".

Sergio Astorga Mixta/papel