jueves, 14 de mayo de 2015

Olvido básico


Al señor Pablo se le olvidó su cerebro cuando se bajó del tren. Su pasaporte decía que era oriundo de los Países Bajos. Su maleta, pequeña, mostraba que el Señor Pablo era atildado. Calzoncillos de algodón, calcetines oscuros de lana; camisas almidonadas, de colores pastel, pantalones de Casimir. 
Con la mirada perdida, como oteando las horas de la raíz cuadrada y esquivando al día, lo encontré sentado en las bancas del anden. Me senté junto a él y al no contestar mi cortés saludo intenté reprenderlo, pero inmaculado, rígido, subía por algún andamio interno. Alarmado de ver su cuerpecito desvalido como pajarito en jaula, llamé al jefe de estación. Al llegar, no disimuló una amplia sonrisa.

- Pero si es el Señor Pablo. No sé preocupe. Al rato vuelve en sí.

No miento, estuve al lado de este hombre casi una hora observando su impecable limpieza, su frente amplia y con marcadas líneas de expresión. Hasta le encontré parecido con algún personaje famoso. Una sintaxis perfecta, diría mi profesora de canto. Su rostro era como un gran acueducto donde podían verse los diferentes rostros que ha vivido, porque parece que ha vivido mucho, se mira en esos dedos finos como flautas y esa nariz tan recta que parece un bergantín navegando en agua dulce. 
De repente abrió los ojos como si recordara que era persona viva.

- ¿Se encuentra usted bien? pregunté inquieto.
- Perfectamente. No hay como mudar de cerebro. Parece que estuvo curioseando en mi maletín.
- No lo tome a mal, pensé que tenía un ataque. Se quedó como privado.
- No se preocupe, amigo, acostumbro cambiar de cerebro cada vez que viajo. Si me disculpa, me retiro. Buenas Tardes.

Después, me han dicho que el Señor Pablo ha olvidado varios cerebros en diferentes países y estaciones, tanto de trenes como de aviones, parece que no gusta viajar en autobús. Era evidente en sus ojos una penumbra, como el que ha vivido muchos desencantos.

Tinta sobra madera.