sábado, 9 de agosto de 2014

De improviso


Llegaron en tropel cuando las manecillas del reloj marcaban el tiempo de tomar el cafe. Dejarlos entrar era una manera de sentirse vivo. Uno se siente agasajado y un poco incómodo con tanto regocijo. Por eso hay que volver a esa antigua tristeza de hombre, la que hasta mis amigos quieren. Conservar ese gemido tan propio de lo ya bebido. Me contengo y me palpo el pulso, les digo que se queden. Que el cuerpo entero los requiere. Por no sufrir un desaire les dejo que se lleven todo lo que puedan llevarse con las manos. Si hay algo de bulla en esta tarde se la debo a la cólera callada del silencio. Por eso me pregunto cuando se han ido, cuál es el lado cierto de los días. Es un cabeceo, lo sé, una mareo que viene y va. Mi casa sigue en pie; un suelo firme y voy a llenarla de nuevo poco a poco. Voy a raspar con la navaja esas lapas del baño. Tirar los índices y los meñiques. Tener atildados los rincones, pulidas las plumillas y encendidas las lámparas de espuma.

Si quieren venir pueden hacerlo. No me digan cuando, para esperarlos.

Sergio Astorga Tinta/papel