viernes, 28 de noviembre de 2014

El gallo fogonero



Picotea la bruma al despuntar el lápiz que dibuja el día. Milenios de aleteos han mitigado los malos alientos de las granjas y de lo llanos. Como un Luzbel quemado, bruno de lagrimas ya sin gloria deja las tinieblas. Nadie lo sabe porque no tiene nombre, sólo oficio. Su canto persigue ese resplandor muerto que se prolonga inerte en las aves de caza. Los niños que lo han visto tiemblan al no saber las palabras que lo arropen para que no se aleje. Algunos hombres recuerdan que su canto siempre ha sido el mismo. De esto hace ya muchos años. Cuando las ciudades todavía no sabían de lo aburrido del asfalto. Cuando las noches no quedaban atónitas de tanta luz artificial. Y las escobas eran de ramas y la gracia se daba como naranjas entre manzanas.

Si lo miras no le avientes piedras, no es ave de mal agüero, ni reclamo de destino. Del otro lado de la noche. De la noche noche, puedes escuchar su canto. El quiquiriquí del kokorokó deja de ser secreto para encender el fósforo que lleva en el pico.

Mixta/papel