lunes, 12 de noviembre de 2012

La merienda



Las sabanas olfateaban el momento. Limpias, perfumadas con ese aroma de lavanda tan digestivo para los amores que prácticamente no había manera de evadirse. La rotación de cuerpo coincidía con la mirada. Las manos escondidas eran la respuesta. La casa oscura y ninguna fotografía sobre la mesita de cama.

- Es curioso, se dijo. Tantas veces he visto tus contornos y ahora siento que no acabas. Te me expandes como el discurso. Como el apetito.

Entonces, sólo entonces, de una bocanada se alteraron sus papilas gustativas y rebuscó entre sus sueños el manual de la merienda. 

Sergio Astorga
Tinta/papael.