viernes, 3 de febrero de 2012

Después de los digestivos



Migajas de pan sobre la mesa quedaron como testigos indiferentes de los apetitosos encuentros de las bocas con su bocado. La uva quedó, fiel a su costumbre, hasta el final y apuntó los pormenores de la tarde. Cuantos bostezos se escaparon –apuntaba- antes de servirse la sopa. Se dejaban caer sin querer unos holas famélicos entre los platos. 
Los tenedores incómodos se buscaban la vida entre las copas vacías. Fue curioso mirar como los señores se miraron -continuaba la uva- extrañados al verse las caras, parecía que no se distinguían a pesar de múltiples encuentros. Para romper la tensión la niña preguntó a la mamá:

- ¿Puede venir Benita a estudiar?

- No -dijo la mamá, untando mantequilla al pan de centeno. Benita no es muy educada.

- Pero, mamá…

- Nada, a comer la sopa.

El señor – señalaba la uva- para salir del trago acedo que llevaría un careo, comentó sobre la posibilidad de cambiar sus inversiones a 30 días, ya que los Corcuera estaban teniendo copiosos rendimientos.

- Tú eres el que sabe. ¡Niña! ya deja ese teléfono que estas en la  mesa.

Pulgares frenéticos tecleaban letras y antes de que le fuese arrebatado el aparato logro aguijonear el “enviar”.

Nada digno de ser contado sucedió desde la sopa hasta los postres. La uva un poco frustrada, se animó–después de los digestivos- al ver  fugazmente subir las escaleras a Benita.

Sergio Astorga