jueves, 7 de enero de 2016

Eran cinco


Así como las cuerdas brincan, así los toritos venían por la ribera del río. Buscaban pastar tranquilos a la hora de la siesta. Graneaban en los olivares con sus puntas aceradas y su morrillo entrepelado. Ni un cigarro, ni una copa de vino eran pretexto para verlos tan guapos de tan bravos. La acuarela corría los colores; sepia y amarillo alternaban con el castaño y el obispo. EL grana buscaba la hidalguía y el pincel se cuadraba para templar la envestida del agua. Recorría el tercio con esa figura de espanto y el color se quedaba quieto, en los terrenos como el grana. Estos cinco toritos me dejan empapada la camisa de tanto intentar mandar en su embestida y no sentir la cornada y así, como si se me abrieran las carnes dibujé un redondel y un reloj y horas púrpuras, para gritar que la faena es como un juego en los ojos y en las manos, cuando los toritos danzan en mi recuerdo como ese embrujo de los lunares negros del pañuelo.