Los espacios en blanco de la tarde son  llenados por 
los objetos que nunca mudan. Ningún adiós entre su porcelana o barro;
ningún desvanecimiento por noticias colindantes o apartadas. El tiempo se
estanca en el dintel de la puerta y los secretos de tanta conversación se
quedan como estampados en las paredes. Tangibles, los deseos de compañía  quedan mirándose uno al otro como si la
manzana compartida no fuera suficiente para sostener una vida.
Fugitiva la luz repite sus pálidos brillos. Se quiebra la
jornada y de la libreta de direcciones se exilian los nombres a otra mesa.
El café ya está frío.
Sergio Astorga
Acuarela/papel.


