domingo, 27 de abril de 2008

Signos sobre tela


Más rápida que la fiebre, el vacío del cómo y el porqué. Sobre la palma de mi mano sílabas de formas, no de palabras, de imágenes. Martillos sonoros sin nombres. Letra a letra el ojo al desnudo y un fluir de colores errantes.
Los porqués son claros como los puñales, pero el cómo, se colma fofo en mi garganta.
La escritura y el dibujo son ramas del mismo árbol decía, quería, sudaba.
Palabra y línea: la primera en el tiempo, la segunda en el espacio. El sonido necesita transcurrir; la forma de un lugar. El sol camina por la noche, la luna por el día, veía, oía, soñaba.
Un signo para otro signo: designio. Designar y profanar única manera de atrapar el agua de las piedras: los latidos del papel.
Apuraciones, disyunciones y figuraciones; mono sin gramática, trazo sin retraso, y águila o sol para el que mira.
Acompañar a Paz, con Paz; a plenitud hora tras hora, cuadro a cuadro en hechuras y mudanzas, en líneas solitarias y diálogos del rojo en amarillo. A través de quince cuadros deletrear de memoria la voz de un poeta.

El primer cuadro (acrílico sobre tela 35 x 92 cm.) alude, nunca ilustra, el poema El Río, del libro La Estación Violenta.
“La ciudad desvelada circula por mi sangre…” comienza el poema.
“Y el río remonta su curso, repliega sus velas, recoge sus imágenes y se interna en sí mismo”. Ultimo verso.

Solo diré que el poema esta escrito íntegro en el cuadro y después fue apagado, raspado, esfumado; la escritura es signo de signo, imagen y silencio.
¿Y la voz?