miércoles, 19 de agosto de 2009

El Carrusel

El Carrusel ronda como angelote que no se queja de sus rodillas. Los cielos son dorados, los zapatos tienen dos agujeros en sus suelas; el carcomo del recuerdo baja las escaleras y el cocodrilo del sueño se levanta temprano, como si fuera domingo.
Dientes de azúcar es la medula del juego y ese rebaño de latidos ton ton reque ton, se mixtura cuando dos mundos giran: el que habitamos y el otro, el de algodón con caramelo.

Duérmete niño duérmete ya. Que el mundo está girando como tus ojos redondos.

Borracho de golosina subes, giras, y ese caballo con paso torneado e infinito te deja el cerebro sordo-mudo de aventura. Porque esa hendidura que ahora tienes como vida, fue de plata subida en el caparazón de la tortuga.

¡Otra vez, otra vez! que ahora quiero subirme en la catarina.

El insomnio y el tabaco se dispersan al sorbo de limonada, y esas luces neón se clavan como único fiel representante de la puericia zumbadora.
Tus dientes de leche debajo del edredón y las manzanas de coral cegando tu boca primera. Y en tu frente: el mareo del recreo.

¡Que no me quiero bajar! ¡Que no quiero! ¡Que te cuesta, no seas mala!
Otra vuelta y otra, que no estoy cansado.

El minuto es el presente y los anchos andamios de tus manos quieren islas y banderas. Y los nombres propios son huecos compañeros de travesura.

Cuando el carrusel gira, un sudor caliente nos adormece y oprimidos en nuestro eclipse mundano miramos como el bien nacido sapo sigue dando vueltas de este a oeste, como si fuera el último fósforo en la noche.
Sergio Astorga

Acuarela/papel