lunes, 6 de octubre de 2008

Destiempo

1
- Buenas Tardes
- Buenas
- ¡Vaya!
- Parece que no está usted para bondades.
- ¿Qué sabe usted?
- Yo sólo sé que la tarde es bondadosa, pero si a usted no le parece, pues qué le vamos hacer.
- ¿Qué es bondadosa? ¿No sabe lo que ha pasado? ¿No?... Ya lo sospechaba. Tanta cortesía es producto de la ignorancia. Nadie se da cuenta de nada. Y con lo que ha pasado.
- ¿Qué sucede? ¿Cuente? Yo vengo del trabajo y…
- Casi nada. Los relojes… el tiempo.
- ¿Que les pasa?
- ¡Se nos mueren!
- Y eso a quién le interesa.
- A usted no le importara, pero a mi si. Falleciendo los relojes se acaba el tiempo y yo sería inmortalidad. Ni a mi vaca se lo deseo, eso de de ser ordeñado para siempre es horrible.
- Me esta tomando el pelo.
- ¡Virgen en aras del amor! ¡Señor del Trono! ¡Niño de la Inocencia! ¡Padrastro de Dios! ¡Apiádense de mí!...
- ¿Se siente mal?
- ¡Ahí están todos!
- ¿Quienes?
- Los relojes… El tiempo…
- ¿Dónde?
- Allá, frente a ese árbol. ¡Mire! Va pasando el sepelio.
- ¿Cuál árbol? ¿Cuál sepelio?
- Allí dónde está la rueda de la Fortuna.
- ¿Rueda de la fortuna? Está usted loco.
- Es verdad. ¿No los ve?
- No. Mejor aquí lo dejo.
- Por piedad. Acompáñeme. No me deje solo en estos momentos.
- Pero si sólo lo he visto dos veces. Prácticamente no lo conozco y… la verdad…
- Tenemos un amigo común. No tiene nada que temer. Por favor, acompáñeme al funeral.
- No se si…
- Por favor.
- Bueno. Vamos.
- Vamos.

2

- Déjeme verlos por última vez.
- ¿Esto es absurdo?
- Ahí están todos. El más antiguo y el más moderno.
- Yo no veo nada.
- Ni un gesto en sus carátulas. ¡Infames!
- ¿Quienes?
- Mis deudos
- ¿Sus deudos?
- Los días, los meses, los años. Todos están aquí.
- Yo mejor me voy.
- ¡No! espere. Déjeme llevar esta flor.
- ¡Tenga cuidado con esos jóvenes, están drogados!
- Me han apedreado.
- Que barbaridad.
- Ahora se revelan, yo que les di mis mejores años.
- Se le está inflamando mucho la cabeza.
- Me puede llevar a mi casa. Me siento mareado.
- El golpe que le dieron no es para menos.
- Mi casa esta muy cerca. ¿Me lleva?
- No tengo escapatoria.
- Gracias.

3

- Entre.
- Voy a ponerle un papel mojado con azúcar en la cabeza.
- Tenemos que velar.
- Será mejor que me explique lo que ha pasado.
- ¿La muerte no es normal?
- Si, pero no de esta manera. Tiene que haber un testimonio, un cadáver. Aquí solo está usted con un “chipote” en la cabeza y yo con un susto de espanto.
- El paso del tiempo deja marcas, evidencias en el cuerpo y en el alma, sólo hay que reconocerlas.
- Lo único que reconozco es que usted está mal de la cabeza y me siento un poco responsable por éste golpe, deje limpiar un poco la herida, de los otros golpes tendrá que consultar a un siquiatra.
- No hará falta. Gracias por traerme. ¿Quiere un poco de café?
- Si, necesito café; bien caliente, estoy muerto de frío.
- Es el frío de la muerte.
- Déjese de tonterías y dígame donde están las tasas.
- Junto a la estufa está un mueble pequeño de madera, abra la puerta derecha, ahí va encontrar las tasas y en el cajón izquierdo encuentra las cucharas y en el cajón derecho están las servilletas. Sobre la mesa está el café, es café instantáneo, espero que no le importe.
- No se preocupe. ¿Tiene leche?
- No.
- ¿Puedo tomar un poco de pan? Estas “conchas” se ven… olvídelo están mas duras que la piedra que le aventaron a la cabeza.
- Con el paso del tiempo van muriendo los ánimos.
- Vaya que usted está grave. De un humor negro.
- Todo acabó para mí.
- Cuando lo conocí, usted parecía mas alegre, nunca pensé que usted fuera una persona depresiva.
- No estoy deprimido. Estoy resignado.
- Resignado yo, que en vez de estar atendiendo mis asuntos, estoy digamos, atrapado en una situación poco clara.
- No pretendo quitarle mucho de su tiempo. Le agradezco su…
- No se ponga solemne, ya estoy aquí y vamos aprovechar el tiempo. Aquí tiene su café. ¿Quiere azúcar?
- Mucha. Necesito endulzar estos momentos.
- Eso está mejor. ¿Puedo sentarme aquí? así estaremos de frente, usted en ese sillón, ¿de piel? ¿Es cómodo? Y yo aquí en esta silla.
- Este sillón fue un regalo de mi mejor amigo, que usted conoce, y es de piel de cordero y es excelente. La silla donde esta usted sentado la compre en una tienda de antigüedades y parece que es del siglo diecinueve. En realidad ya tengo pocos muebles, al saber mi destino, vendí todo.
- Pocos pero buenos, por lo que se ve. Su casa es pequeña pero muy agradable, empiezo a gustar. Ese ropero es de caoba y el espejo también. ¿Tiene mucho de vivir aquí?
- Sesenta y cinco años.
- Pues usted se ve muy bien conservado, el tiempo no lo maltrató mucho.
- No se burle.
- ¿Puedo tomar otra tasa de café?
- Las que guste.
- ¿Le traigo otra?
- Por favor. Un velorio sin café no es velorio.
- Que lata, por lo visto usted es más terco que una mula, no quita el dedo del renglón. ¿Puedo tomar un poco de queso? Hoy no tuve tiempo de comer.
- Suele pasar. Está usted en su casa. En el refrigerador hay un poco de jamón también si gusta.
- Tiene usted su cocina muy limpia, la mía es un desastre. ¿Vive solo? Disculpe no quiero…
- Vivo solo, siempre he pensado que compartir el tiempo es una ilusión. Nuestro espacio y nuestro tiempo son únicos. Cuando tenía ilusiones tuve una compañera. Su tiempo era otro, ahora…
- ¿Murió?
- Acabo su tiempo. Si. Murió. Sin embargo, existe un hilo intangible, un hilo tenso como la cuerda de un guitarra que vibra, y me lleno de imágenes, de sonidos, de presencias de un tiempo apresado no se cómo ni donde, pero está ahí, nítidamente. El tiempo es una tortura, la más grande tortura. Nunca puedes salir de él. Por eso en esta casa ya no hay relojes. También murieron y por eso los estamos velando. Y hoy quedaré libre.
- Comprendo su desamparo. Cuando uno pierde a un ser querido todo se ve negro. ¿Hace mucho que esta solo?
- Nacemos solos y morimos solos, dos momentos distintos y una sola realidad.
- Siempre es usted tan patético. ¡Uf! este jamón apesta. El queso es de hongos. ¿Desde cuando no revisa el refrigerador? Su cocina por fuera es muy limpia y por dentro un desastre, ya lo voy conociendo.
- Disculpe. No he tenido ganas de comer.
- ¿Se quiere morir?
- Si yo pudiera… No tengo inclinaciones suicidas.
- ¿Por su religión?
- Por falta de valor. Toda mi vida he sido curioso y no resisto la idea de no enterarme cómo va a terminar esta farsa de tiempo.
- Pues yo no tengo el mínimo interés. Cundo acabe espero no darme cuenta. Por lo pronto tengo hambre y aquí no encuentro nada en buen estado.
- Creo tener un frasco de salchichas. Busque en la alacena que está encima de la mesita que tiene el frutero.
- No gusto mucho de salchichas pero…algo es mejor que nada. ¿Quiere?
- No gracias. Me limito al café.
- ¡Mm! Buenas que están estas salchichas. Aquí tiene su café. Tenga cuidado que está muy caliente.
- Gracias; gracias por todo, por acompañarme, me aligera mis últimos momentos.
- Otra vez la burra al trigo. Déjeme ver la herida… ya está mejor, no se preocupe.
- No estoy preocupado. Tal vez humillado. Se fijó en las carátulas, ni un gesto de dolor y…
- Oiga porqué no me explica desde el principio. Esto de los relojes y el sepelio y todo este embrollo.
- ¿Qué quiere saber?
- Todo. Empezando por saber si tiene mucho de conocer a Ramiro.
- A Ramiro lo conozco, tal vez, hace más de cuarenta años. Fuimos compañeros en un curso de Historia del siglo XVIII, a mi me interesan las antigüedades y a Ramiro también. Desde entonces somos amigos y todos lo viernes nos reunimos en el café del parque. Ahí nos conocimos ¿recuerda?
- Cómo olvidarlo, Ramiro me lo presento con estas palabras “Javier, tengo el gusto de presentarte al Dr. Avelino Ruiz, amigo del tiempo, de su paso y su presencia. El Dr. Avelino es el más admirado de mis amigos”. Yo me llevé una grata impresión de usted. Y siendo Ramiro también uno de mis mejores amigos, a pesar de la diferencia de edades, el que me lo presentara con tanto gusto me dejo predispuesto a su persona.
- ¿Y ya cambió de opinión?
- La verdad si. Dr. Avelino ¿puedo llamarlo así?
- Como guste.
-Ramiro lo respeta mucho y…
- No tiene que justificarse. Entonces ¿cuál es la opinión que tiene ahora de mi? ¿Le parezco un loco?... su silencio es elocuente. Puede que sea un loco, quién no lo es, pero no tiene nada que temer en todo caso; soy un loco pacífico. Hoy como le he dicho desde el principio fuimos testigos de la muerte del tiempo, cuando menos de mi tiempo,
- Dr. Avelino eso es precisamente lo que no entiendo. Ese cuento de los relojes y esa escenita ridícula que tuvo usted en el parque.
- Es usted muy impulsivo y puede llegar a ser insolente ¿lo sabía?
- Disculpe, tiene usted razón. Me desespero con facilidad, pero lo que pasó no es para menos, es mas, me pregunto si pasó realmente. Todo está en su cabeza Dr. Avelino. Con todo respeto se lo digo.
- El mundo existe precisamente porque está en nuestras cabezas y el tiempo es su creación mas descabellada.
- Son conceptos Dr. Avelino, grandes conceptos. Los relojes no son el tiempo, sólo representan un concepto.
- Cuando ya no quiera tener mas tiempo va a entenderme, ahora le parece absurdo, es cuestión de tiempo. Todo es cuestión de tiempo. Lo que a usted le parecen alucinaciones para mis son realidades concretas, hoy se acabo el tiempo y no habrá mañana para mi, es lo único que le puedo asegurar.
- Ramiro me dijo que usted era un hombre dueño de su tiempo y que eso lo arruinaría, ningún hombre, me decía, lo resiste. ¿Se siente bien?
- Llego el fin.
- Dr. Avelino déjese de jueguitos. ¿Qué le pasa?... ¿dónde estará el teléfono?... Por favor una ambulancia… me parece que es un para cardiaco…si…si… Av. Las Fuentes número 32… En buen lío me he metido, me debí ir a tiempo, en eso tiene razón el Dr. Avelino, el tiempo es un pozo sin salida.
Sergio Astorga