viernes, 13 de diciembre de 2013

El ambientador

Se fueron amontonando uno sobre el otro. Ese barroquismo de apropiarse del espacio fue su característica más sobresaliente. De ideas frágiles y cabello cárdeno fue a lo largo de los años un coleccionista de ambientes. Su fragilidad se agudizaba cuando tenía que confrontar los espacios abiertos. Como el cristal, se quebraba en múltiples miedos. Por eso tenía un macizo apego a su solitaria clausura cotidiana.

No era tarea fácil coleccionar ambientes. El primer ambiente que consiguió atrapar fueron los bordes carnosos de su primer sueño, la noche se deslizaba como un insecto obsceno que pisaba con sus múltiples patas sobre sus brazos lampiños. Su tacto creció desde entonces como un zumbido imperceptible para todos los que admirábamos y repelíamos tal excentricidad. Llegó a tal virtuosismo, que se adelantaba a cualquier predicción. Al sentir el más leve movimiento de las hojas, sabía que la lluvia lamería la dureza de las calles.

El ambiente que fue más reconocido, por cierto no el más apreciado por él, fue hacernos sentir en un clima de perplejidad constante. Descubriéndonos sensaciones que jamás habíamos tomado en cuenta. Nos dejaba una cicatriz como la que queda en el amado o en el amante. Nos envolvía en su respiración, nos mostraba las caricias de lo blando y la rugosidad de las apariencias. Recuerdo una vez que nos hizo palpar un jitomate y enternecerse cuando se fue desvistiendo el rojo sabor, y nos hizo sentir ese sudor húmedo cuando se introduce el cuchillo y se parte en dos como un corazón sacrificado. En sus ojos había una alegría de encontrar ese caliente frescor. Nos contagiaba. Y cuando la rama crujía en la ventana entreabierta y él, luminoso, ahuecaba el brazo y nos mostraba como el aire entra en nuestros pulmones para que nos creciera un aliento antiguo, como el que tuvo por primera vez el primitivo resuello.

Nos convencía, nos provocaba a entrar a esa gruta inmóvil, a ese aire repleto de imágenes. La exploración del mundo, a descubrir las rutas. El esbozo de la entrada.

Hoy lo buscamos en nuestra imaginación. Nos atiborramos de barroco  y titubeamos de los espacios abiertos para buscar esos pasos perdidos. Los angostos pasillos los recorremos inútilmente.

Decidió callar, se lanzó de golpe al silencio, casi a ciegas. Se llevó sus altares, sus juegos ocultos. Sus palabras sin embargo, han quedado victoriosas. 

Algunos sollozos narran lo importante que fue ver amontonar ambientes, como la cresta del gallo, que crece al despuntar el alba.  

Sergio Astorga. Acrílico sobre tela 60 x 80 cm