domingo, 5 de noviembre de 2017

La eme en mi


Fenicia por parte de arcilla y de piedra por parte egipcia. Es una bilabial, como si estuviera preñada por dos olas marinas. Se esconde cuando la tempestad de las explosivas quieren aparecer en escena. Ella se mueve como el agua, sube y baja con suavidad. Marea de tanto ritmo. Otros que han visto como se erosiona el paisaje, dicen que tiene forma de cerro donde se columpia el aire.
Hace muchos años tuvo una gemela, ella afirmaba que era griega, pero de diferente padre. Mitote grande, así que mas vale no meterse en líos de familia porque podemos extraviarnos en los sonidos.
Su cuerpo es como el carrizo, esbelto y flexible. Claro, gusta de la vanidad y no hay moda que pase de largo. Desde el barroco hasta el enteco minimalista. Siempre ataviada y elegante luciendo su corpiño, los murmullos se acumulan a su paso.
En ella, es notorio hasta para el lelo, un balbuceo maternal sale de sus entrañas. Todos los niños la buscan para musitar lo que mas adelante serán los nombres de todas las cosas que se acomodan en ese amarre que llaman abecedario.
Hay momentos, que en consonancia con sus vecinas, es un poco nasal. Nada que no podamos modificar si somos metódicos y nos dejamos de melindres.
Ella no gusta de los finales y si los puede evitar lo hace sin que por ello existan malos entendidos.
Una vez me dijo que se sentía latina y que no le importaba que mascullaran chismes de amoríos incumplidos. 
La conozco hace tiempo pero el recuerdo mas vivo lo tengo cuando la sentí respirar pálida como hoja de papel. Melancólica, le dije  de memoria algunos versos. Agradecida, me invito a merendar. Me acuerdo que me dio chocolate caliente molido en un molcajete de piedra. Merodeaban unos mosquitos. Hostigaban tanto, que no le puse atención a lo que me decía. Al día siguiente volví y así lo hice por meses. Muchas veces me sentía maniatado y no sabía responder. Me hablaba de Mesopotamia y de un lugar llamado Mictlan. A pesar de que había poca luz, porque ella decía que la luz directa mortificaba su palidez, su gesto era como de maíz. A veces parecía de mármol, otras de madera. Sostenida en dos piernas macizas sus pasos leves parecían esas estatuas que representan a las musas. Yo sabía que mi gusto por ella era el milagro de juntar los labios. Ella sentía un gran alivio y se acurrucaba muda entre los muros de la casa.

Todo se queda quieto, con la eme queriendo salir de un yo que ha quedado en mi.