martes, 22 de junio de 2021

La tentación

                 
Despertó con la tentación en su cuerpo y un agridulce aliento le corrió a la medida de sus miserias. El pecado de la familia era ser ojeroso, un tentempié sin alborada con la piel blanda y blandengue. A su sangre fría se le añadía los dedos torpes y ese aliento amotinado en el resfriado. Vivía en los alrededores de la Biblioteca Garrett, del café Miguel de Molina y los “rissóis” de camarón. Quería a toda costa hacer migas con la crema de la intelectualidad. No se dio cuenta que las personas normales estaban en los burdeles y que los muchachos jugaban con sus teléfonos G5. La intelectualidad en los cafés era de otro tiempo. Ya no hay propinas que alcancen a llenar el vacío. Los treinta segundos de fama le atropellaban la razón, por eso cuando despertó el cuerpo tuvo la tentación de la fiebre del oro. Corrió a la estación para comprar un billete de tren con rumbo a Badajoz. Desafiaba los cielos de Portugal. Su corazón de viaje en busca del oro de la huida. Al fin Erasmus, tendría tres meses para fingir estudiar para el pasado mañana. No sabía que en todo exilio se pierde el apetito.

Al regresar a su casa de los alrededores de la Biblioteca Garrett, duerme todo el tiempo esperando que su cuerpo no tenga tentaciones agridulces que lo disloquen.