martes, 22 de marzo de 2011

El Señor Oros

DE COMO ES PRESENTADO EL SEÑOR OROS EN UN DIA CUALQUIERA, DE COMO SE SEÑALAN ALGUNOS RAZGOS DE SU TEMPERAMENTO, SU SALIDA AL BANCO, SU REGRESO, Y LO QUE SUCEDIÓ EN ESTA PRIMERA ENTREGA.

Hombre espontaneo de cráneo duro y sereno, el Señor Oros nunca permitió que sus manías afectaran sus más aferradas convicciones y si alguna vez se quejó, de inmediato acomodó sus quejumbres como se acomodan los platos en la alacena. Inocente aún a pesar de sus edenes manirrotos, creía que sus lecturas de infancia podían salvarle de cada situación de atropello, pasmo y embeleso que el mundo le brindaba. Atesoraba la edición de Sopena del Sí de las niñas, de Moratín, joya indispensable en su cómoda nocturna; desde su adolescencia no lo había vuelto a leer, pero evocaba la pálida ceniza de un sí, nunca dicho y siempre esperado. Menos inquietud le causaba su Dickens, La Historia de dos Ciudades, aplacaban sus cosmopolitas afectaciones. Pero su verdadero tesoro era la edición de 1942 de Editorial Sopena, El Anticuario de Walter Scott, en ese libro depositaba su punzante deseo de identidad, pero a decir de sus amigos, más que devoción al libro le entretenía el misticismo que según él, envolvía el concepto de guardar. Viudo por convicción, vivía calmoso como si su propio día a día fuese un epistolario venerable.
El Señor Oros tiene los pómulos recios, bien definidos, sin amargura en la frente y una voz firme, como de maternidad tibia y creciente. Si no fuera porque un tedio lánguido se presentó de improviso entre sus hábitos no sabríamos de su existencia. La fatiga de su traje, de un negro oscilante, tuvo que soportar otra puesta y enfrentar las miradas licenciosas del gerente del banco, que sin entusiasmo, le informaba de nueva cuenta que su dinero no recibía mengua y que gozaba de un buen capital. Ese día tuvo la impresión de que sus ahorros se secaban como el véspero por su ventana. Conciliado el sobresalto regresó a su casa con ese paso urgente del que ha salido aquejado más por la duda que por la necesidad. Buscó sus llaves en su bolsillo; metió la llave en la cerradura y empujo con todas sus fuerzas con la mano izquierda al enmohecido zaguán. No le gustaba alterar sus planes, y esa salida al banco, retrasó la preparación de su café con leche, pan tostado, mantequilla y mermelada de fresa, los lunes, miércoles y viernes y de piña los martes y jueves; sábados y domingos desayunaba fuera de casa. Reconquistada su autoconfianza volvió a sentir su cálida vida discurrir. Se miró al espejo, una imagen confidente le respondió fluctuante entre la bruma del invierno de su edad y el brote afectuoso de su indiferencia. Entornó los parpados y buscó los lomos de sus libros que en hilera repasaban las horas de silenciosa lectura. Hoy como nunca- se dijo, será venerable prolongar mis lecturas. Bebió su café y untó la mantequilla y mermelada como se escucha esa íntima aria fratricida.

Sergio Astorga
Tinta/papel 30 x 45 cm.