lunes, 13 de abril de 2020

Punta y tacón


Mandujano pasaba por hombre cabal. Cuando abrió la tienda tuvo la fortuna de vender zapatos de mujer de distintos modelos, que sus clientas no tardaron en coleccionar. Zapatos altos, abiertos, con correa, con tacón bajo, de descanso, de coctel, de inhumación, casual y deportivo. No había lugar para el desánimo. Quién entraba salía con una o dos cajas de zapatos.
Mandujano la vio venir. Cruzó la calle con esa falda volandera. Paso firme con ese caminar elegante apoyando el tacón y punta como si una musiquita le tocara por dentro. A cada paso el ritmo subía por las pantorrillas hasta las caderas. Se detuvo en el aparador. Dudó. Señalo un par de zapatos de satín rojo. Número 25 le ordenó desdeñosa. Mandujano  solícito le trajo tres pares del número veinticinco, veinticinco y medio y veintiséis. 
Ella se probó el veinticinco. Me los llevo puestos, le dijo. Pagó en efectivo. Al salir Mandujano la siguió con la mirada. Se enredó en ella pisada a pisada. La vio dar vuelta a la izquierda. Imaginó entonces que la seguía, la rosaba, le invitaba, la besaba. Ella indiferente, seguía excitada caminando con sus nuevos zapatos.