lunes, 13 de septiembre de 2010

Fruta madura

Había un vago olor de angustia y un blindado desarreglo. Tenía la orientación correcta. Leyó una vez mas: Avenida Lorenzana numero 50.
Nunca sospechó que esa dirección tantas veces ambicionada lo llevaría a un mercado. Curioso, cruzó ese espacio de gargantas múltiples, de canastas y ojos ávidos de compra.

- Pruébela marchanta.

- Llévelo llévelo bien caladito joven.
- A cuatro la docena güerito.
- Si hay, calientitos, cuantos le damos Don?
- Chile ancho, guajillo, morita, cascabel, chipotle. Un cuarto, medio?
- Que va a llevar señor? Tenemos de su talla.
- Pásele, si hay lugar, quiere ceviche, caldo de camarón, huachinango, ostiones, almejas, cazón. Si hay lugar...

Desconcertado vaga, tritura, se ciega, se siente invadido por un torbellino que estalla en sus oídos.
De repente, entre el vocerío, percibe ya como hombre roto, a esa pera madura, pulida, turgente. Se acerca conquistado y revive el tatuaje de su memoria y comienza a cruzar los caminos de la evocación, de la caricia desdentada. La misma nuca curva, el mismo hombro circular. El mismo párpado de espalda, la misma piel visible de la carne; la misma desnudez de alcoba; la misma falda jugosa que se toca; el mismo talle sendero que despeña.

Colgado a la visión no atina a decir: es mía. Sale del mercado y algo madura en su interior. Corre y arde hasta llegar a casa.
Se sienta delante del frutero. Poco a poco se va oxidando su recuerdo en el presente; como un beso, como la estampilla de una carta.
Sergio Astorga


Tinta/papel 20 x 30 cm.