lunes, 24 de septiembre de 2012

Mala estrella



Encaramado en el sofá, al través de la ventana, el niño pasaba largas horas empeñado en ver  a papá o mamá venir por la avenida. Se imaginaba que cruzaban, cada uno por su lado y  en diferente tiempo, y abrían la pequeña puerta negra, subían las escaleras, metían la llave en la cerradura y de inmediato corría a su cuarto a meterse entre las sabanas y fingir que dormía. 

Todos los días daba oídos, porque pocas veces consiguió verlos por la ventana. Su padre, trabajando hasta la madrugada, repartiendo el vino y la saliva en otras casas, con otras señoras sedientas que olvidaban también, que había muchos niños pegados al vidrio de sus ventanas.

Su madre afligida en su fortuna, buscaba la certeza de los astros, el consuelo de las limpias de albaca o de huevo de pípila; la sabiduría ancestral de la adivinación de los naipes o la terrible certeza de la infelicidad tomando café con las amigas.

El niño, abriendo y cerrando los ojos bajo un sueño intranquilo, escuchaba las risas escotadas de señoras que danzaban jadeantes o, bajo un fondo muy  azul, el niño miraba al trino de Saturno Marte y Neptuno rodeado de ramas de romero, y en un extremo de su firmamento encontraba la agonizante luz de una  estrella.

Sergio Astorga

Tinta china/papel