jueves, 2 de julio de 2015

Azul noche


Rondaba incesante un azul, traqueteando la noche. Noche cuadrada de la cual no se puede extraer a ese cangrejo que avanza obedeciendo los latidos lunares. Era una noche terrenal. Un azul noche que no descendía. Una noche que se agarraba a la tierra. Noche escudo muy cercana al carbón. Una noche a la que no se le veía el rabo. Eran las dos menos un cuarto cuando Maty, comenzó a sudar. Ese sudor que le bajaba desde el cuello con gotas en pequeños grupos produciendo la imagen de un cascabel que tintineaba bajo el reflejo de la luz de la lámpara que tuvo que encender antes que le ganara la tos. Inflando los cachetes, su respiración detenida, sus labios se iban endureciendo como esos puños de los recién nacidos que se aferran al mundo que perdieron. La noche empezó a refractarse, tirones de azul se proyectaban sin tregua en las paredes. Maty tenía que hacer un gran esfuerzo para que su respiración no se adormeciera. Estiraba el cuello para alcanzar el vaso de agua. Estiraba la mano. Bebía y una frescura la invadía como una marea incolora. La noche seguía corriendo como una gran fiesta. El insomnio entraba y salía dueño de las llaves. Las llaves de su sueño, de esa oscuridad que nunca fue cruzada. El silencio nocturno estaba adormecido y el azul crecía como un espíritu abultado. Calmosamente llenaba el cuarto como si un collar se enrollara al cuerpo que sigue saltando por la tos y el insomnio. Maty, comprendió el relato de su bisabuelo, en esa tierra extraña, cuando tuvo la primera visión del azul; herencia de esa aguja nocturna que desde niña tuvo como sueño insepulto. La madrugada con su uniforme de enferma, agitaba su contenido. Siempre azul. Ese azul en varios registros con el tendón rígido en el lomo del abismo.
Maty, deja de toser. No ama ni pregunta. Su caracola es tan oscura, como ese azul hinchado que sale ahora por la puerta.