viernes, 13 de noviembre de 2020

Un trabajito


 Los edificios se hicieron visibles. Sus cuadrados reconstruían los agujeros alucinantes del principio. En el absorto de las esquinas, como esas que los ojos miraron a chispazos. La primera noche sus ojos subieron al segundo piso. Se sentía gravitar en errantes círculos. La noche con el rocío descendió con esas nubes, como si fueran tropas del cielo que llegaban condescendientes a las ventanas. Él se vio obligado a dar manotazos a la nada, como si la curvatura de la tierra pasara como esas películas de batallas con infinidad de extras que no sienten pero que miran como si participaran. A cámara  lenta cada escena. Eran ya las tres de la madrugada y él caminaba cuarto a cuarto . Apretaba los labios y sentía la familiaridad de la infancia, cuando comenzó a aventurarse a las casas del vecindario. Los olores eran blancos, espesos, como esas hinchadas bolsas de mariscos. Ceremonioso, comenzó a rezar, como quien quiere habitar con sonidos conocidos al miedo, al sentir el retroceso de la noche. El amanecer ya asomaba la nariz y él seguía su caminata por el edificio decidido a reconocer cada rincón. Como buen vigilante quería justificar su trabajo y decir como en aquella época de su padre: "Las 12 y sereno" pero la noche era rijosa. Quiso adormecer como lo hace el agua después de haber escurrido todo el día. No consiguió pegar el ojo y como si estuviera empalizado sintió que debía cambiar de trabajo. El sudor le escurría por la cara. No se dio cuenta que el llavero lo había dejado en el corredor. Tendría 24 horas para encontrar valor y regresar si quería cobrar a fin de mes.