miércoles, 14 de febrero de 2018

Torcuato es un caso


Todos saben que hay un abril en su memoria y que tiene debajo de la lengua palabras enroscadas. Todos saben que tiene la jovial presencia de animo para vestir con gracia ese sombrero de saltimbanqui en su amapola cabeza. Por eso, cuando lo visito me traspasan las biografías conocidas y me siento en esa silla de paja a mirar como acomoda sus libros. Pasa Ovidio entre panes tantálicos, pasa el libro del Buen Amor, se acomoda Quevedo entre Sigüenza y así, uno a uno de los libros llenan sus estantes, como si la resaca nunca dejara inmune el rostro. Alguna fe adorable tiene Torcuato, su mirada es una palmada en el  hombro, yo no sé cómo resiste ese vendaval de ser consciencia. No tiene adioses en sus ojos y parece que sabe de qué lado caerán los dados. Hay una inmensa calma pulida en su manos, son como un dulce bolillo salido del fogón. Cada martes lo visito, si hay algo que gusto de la semana es ese día. Lo ausculto como si fuera un huerto de árboles frutales. Torcuato me cuenta que en mayo tomó la decisión de ser abril. Le creo y espero que algún mes pueda vivir en su totalidad en mi. Una chicha calma se lamenta en mi voz, porque Torcuato sólo sonríe y no me dice nada. No me aburro, trato de encontrar esa bahía que parece acoger a Torcuato. Todo parece tan fácil. Haber nacido sin causa, lo he leído, sabe a sombra.