jueves, 23 de marzo de 2017

Adamastor


Un frío les corre por la espalda cuando recuerdan la bestia que aprieta la memoria. La inmortal oreja se inundan de aventuras. Ellos, que se asomaron al altivo Atlántico y al furioso Indico, con los ojos al cinto gimen y cuentan. 
“Un miedo largo nos batía por proa y un temblor se veía en el cielo cuando una grandísima masa viviente se elevó de las olas con las fauces abiertas y la figura corva; los cabellos crespos y una exhalación de fiera antigua. De propósito nos asoló por varios días, espanto y cólera vivimos con la sal en los labios y con el impulso de vivir para contar la manera en que salimos victoriosos de muerte segura. Vimos cómo tronaban huesos y almas cuando sus manos, como tentáculos de pulpo que se agarraban a la presa, inundó nuestro barca. Manaban de nuestra boca rezos y suplicas que se perdieron en el azul. Adamastor, gritamos por fin: ten piedad y abandona ese odio que te hincha el ojo. No rechines los dientes y déjanos seguir el camino y deja que tu vientre temple la noche con tu cólera. Permite seguir con nuestra trama de vida. Nos rendimos y prometemos, como hombres adultos, contar tu egregia virilidad marina y la unánime noticia de tu trabada existencia.
Enloquecidos, confundiendo días y horas, logramos llegar a la costa y como ovejas trasquiladas, pudimos reponer el brío. Veinte compañeros nuestros quedaron en muertos y ahora intentamos conjugar el horizonte, escrutando, codiciosos, los dominios del rabiosos Adamastor, dueño y señor de nuestros ásperos mañanas”.