miércoles, 10 de enero de 2018

Laberinto Gutiérez


Todos saben que no hay anverso y reverso, por eso el Sr. Laberinto Gutiérrez, tiene en su rostro la sorpresa de la fiera y en su nombre, el arquetipo sonoro se enreda en el trino de sí mismo. No tiene teorías, tiene sólo la capacidad de enredar los artificios de entender las tertulias que explican la rima y ese ultraísmo voraz de los inexpertos. Hijo de Marcos Augusto Barragán, hombre depresivo y de vanguardia y de Leopoldina Abreu Morales, de un Buenos Aires fervoroso. Sin embargo, no hubo Gardel en casa, porque migraron de país y de costumbres. Llegaron en el barco Mirador, al puerto de Leixõnes, en Portugal. El Sr Laberinto, pasó su infancia tratando de quitarse el tono argentino, sin lograrlo. Pensó ser poeta metafísico, con poco éxito. Intentó ser pescador y corredor de bolsa: el blanco y el negro fue su resultado. 
Ayer lo he visto en un cafetín de la Rua de Brito Capelo, bebía un café cheio. Él, me miró. Supe que una consciencia universal latía en su mirada. Me bastó un instante para saberlo. Era como el azogue del espejo. Era como estar de frente a la totalidad. No pude hablar, sentía como era llevado por el laberinto. Los nombres son la misma cosa, su arquetipo. Borges estaba en lo cierto.
Lo que me deja con un estupor melancólico, es el porqué los otros lo miran sin inquietarse, con una indiferencia ordinaria. Los encuentros,  tienen que ver con los caudales de imágenes de cada uno. Me pregunto.