lunes, 30 de septiembre de 2013

El gato que pudo ser gato


Improvisaba todo el tiempo. Echando uñas se aferraba a las colchas y edredones y daba vueltas sin parar y nunca se arrinconarán los días en que chillaba para salir.Todo mundo dice que tenía la idiosincrasia de un gato. Que le había crecido una barriga de gato, es más, la gente que lo veía andar por la calle, afirmaba que se bamboleaba como gato. Yo no estoy muy seguro que fuera como un gato, porque buenas maneras no tenía ninguna, el aseo personal no era lo suyo y casi no dormía. Que a nadie le extrañe mi incredulidad, yo he compartido la misma casa durante tres años; tengo que reconocer que pagaba el alquiler puntualmente. No sabía en qué trabajaba, yo sólo estaba atento a la llegada del fin de mes. Bueno, admito que varias veces entré a su cuarto y lo único que me pareció peregrino fue que las colchas y edredones mostraban desgarrones como hechos por uñas largas y filudas. Por lo demás no había nada que indicara otra cosa que un ser solitario con mañas propias del aislamiento. Había dos o tres libros de literatura barata, historias de amores frívolos y… ahora que lo pienso bien, había un manual que llevaba el título de 100 maneras de conocer a los gatos. Accedo a que me gustaran sus zapatos de piel de caguama con una bigotera muy discreta con un tacón cubano sobrio. Tenía una media docena de camisas blancas y tres trajes de tweed. Eso es lo más me alteraba, cómo es posible que siempre producía falsas impresiones. Y esos chillidos o maullidos que se metían por el pasillo de los oídos, tan molestos, que varias veces estuve a punto de chillarle con aspereza. Nunca lo hice por miedo a erizarlo.

Todo ya me parecía natural hasta que un día llegó una carta a nombre de Manolo García Fernández, con la dirección de casa, pensé llevarla al correo y Benito, que así lo tengo en el contrato del alquiler, Benito Ramos Betancourt, me pidió la carta, argumentando que en alguna época fue conocido por ese nombre. Aturdido, le extendí el sobre.  

Dos días antes de que se marchara, le tomé una fotografía y la aposté junto a la alacena, en un portarretrato bruñido que encontré en la cómoda, al ver la fotografía, tuve la sensación de estar frente el álter ego de Manolo. 
Sí, parecía un gato.  

Sergio Astorga Acrílico /tela 40 x 60 cm