miércoles, 13 de marzo de 2013

Don Sigüenza



Su vida canturreaba en los teatros. Los hubo de lo más elegantes, parisinos, italianos, neoyorquinos, pero los que más tuvieron huella vivencial fueron esos teatros pueblerinos montados a pelo, con las bambalinas desechas y el foro con el piso cacarizo como esos empedrados donde se atora el tacón. En esos teatros su voz se engolaba y algo hacía resbalar por el oído medio del auditorio que lo dejaba hechizado por semanas.

Durante 40 años la medula del aire tuvo una voz. ʺLa voz Sigüenzaʺ contaban las crónicas. Algunos apasionados seguidores afirmaban que su rostro se transformaba en violonchelo y que la alegría o algo parecido, se quedaba flotando por el teatro.

Un buen día, de sopetón, dejó de cantar. La monotonía comenzaba a perforar su voz.

Sergio Astorga
Acrílico sobre tela 60 x 80 cm.