sábado, 27 de octubre de 2018

Yayo Bustamante,“El relajado”


Se fue relajando como un cerezo. Se abandonó a los testículos del azar y un sin fin de palabras se le vinieron al muro de su memoria. Su memoria siempre estuvo a su espalda, se curvó y la hizo ancha. Todo lo que le gusta se pasea silencioso delante de su ojos y todas las manos que apretó intenta olvidarlas para no tener apego. Por las noches, se despide del día, se enfunda en esa pijama de franela, se esconde como detrás del zaguán y juega a las escondidas, algún día dice, ni él mismo se dará cuenta cuándo ya no se encuentre. No es un pesimista, no, tampoco un ingenuo, sabe lo que todo hombre sabe: llevar al niño solitario pegado al apéndice y el diámetro oscuro de la sangre cuando se quiere convivir, arando, con los otros. El se siente relajado, honesto como todo un hombrecito. Sin rencores no dichos en la piel y ese olivo verde en el bolsillo del pantalón. Tácitamente, su pena es inconclusa porque a buen paso se haya bien en el relajo.