miércoles, 29 de septiembre de 2010

A puerta gayola I

El día estaba afarolado, las nubes giraban en sentido contrario al vaivén del mar. Tenia un mal presentimiento, como si el día estuviera avisado, -esos son lo más difíciles de torear- me decías- Parece que saben para que tiene los pitones. Hoy recuerdo esas palabras y eran verdad, hay días así.
Muy de mañana recibí como de costumbre los tres puyazos en todo lo alto de mi madre: "estas muy gorda" "tienes un carácter que..." "antes me querías". Yo aguantaba vara y me recargaba en el peto de tu imagen para no salir huyendo.
Preparé el desayuno lo mejor que pude y me salí a caminar por la playa para no pensar. De repente, estabas delante de mi recibiéndome a puerta gayola con un:

- Que tal- que me recorrió de testuz a rabo.
- Estela, hombre mujer, que parece que has visto un fantasma.
- Juan, es que no te esperaba tan pronto.
- ¿Me esperabas?
- Bueno, si... parece que todo ha sido una confusión. No has respondido mis cartas.
- Estela, ya todo lo que tenia que decir lo he dicho.

Me sentía nerviosa, tonta, no sabia que hacer, si embestir o quedarme quieta; él siempre con su aplomo, bien plantado y con la mirada firme.

- ¿Te vas a quedar mucho tiempo? - atiné a decir.
- No, solo hasta mañana. Mi mozo de espadas vino a ver a un pariente y como esta cerca la ganadería de Don Ramiro, estamos de pasada, ¿necesitas parné? .
- Oh, no gracias. Vendimos la casa y aquí no tenemos muchos gastos. ¿Quieres ir a tomar una manzanilla o un café?
- Estela, sigues intentando llevarme a un terreno en donde estas aquerenciada y que es imposible. Cada faena tiene su lidia y su terreno. No puedes hacer faena en donde la arena huele a sangre, tienes que salir, llevarte al toro a otro terreno, donde no huela, donde no exista arena removida, porque se va aferrar a ella y comenzará a defenderse y no habrá entrega, así es en la vida.
- Juan, lo intento tu lo sabes, lo pienso y...
- Solo has toreado de salón y en tu mente. Uno trae la faena en la cabeza una y otra vez, eso lo hacemos todos, la única diferencia es que hay que salir al redondel y enfrentarse. Tu no quieres salir, te ha ganado el miedo.
- Me estas dando la puntilla.
- Estela, sabes que yo no soy un chalao. No pienses que solo estoy aprovechando el viaje, siempre te he tratado con verdad.
- Lo sé lo sé.
- Me dio gusto verte y saber que estas bien. Estoy cansado y tengo que ir a sornar.
- ¿Te vas así?
- Estela, tu ya decidiste con quien alternar y no es conmigo.

Te vi partir con donaire, como si estuvieras partiendo plaza, mirando sin mirar a los tendidos. Yo me quedé enchiquerada y rebarba. Sintiendo que el día me había dado un gañafón que recordaría toda mi existencia. Ya sé que he entrado en falso muchas veces, que mis desplantes son ante el espejo. Pero déjame seguir escribiéndote Juan, saber que pude elegir, armar la marimorena contigo y no esta vida capacha que tengo. Mis miedos Juan y ese aferrarme a gente que solo quería verme en la dehesa, pastueña y con la penca altiva. Te recuerdo Juan, y ahora más que nunca y al relance te digo que no vale la pena pensar en todo lo que te quería decir, fui reservona y me salí de la suerte. No te reprocho ni te olvido y la imagen de tu cara comiendo chocolate me endulza este varetazo permanente que yo misma me doy. Si ya sé que es a toro pasado.
He pasado varios días pensando si debía de contarte, a los pocos días de nuestro encuentro en la playa, murió mi padre y como tu decías, ni en ese trance me pidió perdón, de lo que tu ya sabes.
Entiendo que no me contestes Juan, pero déjame aferrarme a tu imagen de tabaco y oro que he mirado ayer en una ola grande que casi me ahoga.
Voy a seguir escribiéndote Juan, es lo único que me hace sentir viva.
Estela.

Sergio Astorga
Acuarela/papel 20 x 30 cm.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Te respondo Juan II

Gemma me lo ha dicho: que vislumbras la posibilidad de visitarme, Juan. ¡Una inmensa alegría me recorre solo de palpar esa posibilidad! Ha sido una larga lidia en donde yo he fracasado por perderle la cara a la situación, acobardarme y brincar las tablas. Mis miedos a dar el paso, mi pánico escénico, esa manera mía de sabotear la felicidad. Arrastro un pasado con mala nota de tienta y no me lo puedo quitar de encima. -Muletazos de castigo tienes que dar para defenderte de la mala leche- me decías cuando te dabas cuenta que mi familia me maltrataba. Yo te culpaba. No entendía que no puede uno ser parida todo el tiempo como si nunca tuvieras libertad. Uno se acostumbra al castigo y manda un gañafón con el primero que se pone enfrente. El primero eras tu y hacías la suerte del Tancredo, sin moverte, esperabas que pasaran mis furiosas embestidas. A veces, y no te culpo, dabas un cuarteo y me ponías unas palabras que parecían banderillas de fuego. Me dolían y mucho, pero ahora sé que estaba codiciosa y no dejaba reponerte. Por eso cuando me dijo Gemma que podías venir, ha salido el sol en mi plaza. No se lo he dicho a mi madre, ya lo sabes, ella te odia porque compite conmigo y piensa que yo tengo que estar en el corral pastando y rumiando mi desgracia de mujer. Ahora comprendo cuando me decías que el triunfo o el fracaso depende del dominio de la situación; que no todo es torear bonito, que se pasa mucho miedo, que se traga mucha angustia y que la faena la tienes que hacerla sola y si es posible en el centro del ruedo. Ahora sé que uno debe querer a un hombre que se planta enfrente del peligro y que esta dispuesto a hacerte el quite con su propio cuerpo para salvarte. Ahora no se que hacer. -Uno tiene que aprender a tiempo - me explicabas simulando un pase natural- el toro te avisa cuando te va a dar la cornada, es un acto de nobleza, te avisa dos veces y si no lo atiendes te mete el pitón sin piedad. Todavía no aprendo, por eso tengo el alma llena de cornadas.
Por eso me vine al mar porque aquí me pierdo, me hipnotiza el horizonte y parece que mis recuerdos pueden estar libres de mis propios reproches.
Te respondo Juan. Te recuerdo. No supe ver lo que intentabas, lo que me querías. Yo pensé que me pretendías aislarme de mi manada y no era así, querías enseñarme sangre nueva, noble y fina.
Te recuerdo Juan y no te culpo si no vienes. Aquí te imaginaré de torero marino encerrándote con seis mozos de agua.
Gracias Gemma y dile a Juan que ahora todos los chocolates ya son de él
Sergio Astorga


Acuarela/papel 20 x 30 cm.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Nos hemos ido a la mar Juan III

Nos hemos ido a la mar porque la tierra ya no es nuestra Juan. De niños alcanzábamos las esquinas de nuestro barrio brincando con el pie derecho y luego con el izquierdo. Llegábamos a la tienda de Doña Rosita a comprar chocolates Carlos V y mazapanes. Tu a veces no tenías dinero y te quedabas mirando la vitrina. Yo, que guardaba el dinero que me daba mi mamá si me portaba bien y le hacia los mandados, te compraba tu chocolate y a veces me alcanzaba para comprarte otro para que lo guardaras y te lo comieras en tu casa. Me daban ganas de apretar tu boca con mis manos para sentir el regusto de tu cara. Eras mi mejor amigo. Te lo dije antes y te lo digo ahora. Comprendo que te haya entrado la locura y quisieras sentir que te desdoblabas a otra dimensión.
- ¡Pisar los terrenos! Andarle por la cara -me mostrabas en medio de la calle con una vehemencia que envidiaba. Nunca te lo dije por tonta, me hubiera gustado que supieras que codiciaba esa pasión, ese no importarte la muerte con tal de envolverte en ese no se qué de los instintos.
- Llevarlo templado controlando su fiereza, de repente sientes que te fundes con él y no te importa nada, te elevas en un torbellino y te olvidas del peligro y de la muerte, que la miras siempre pasar - lo decías con tanta verdad que me llegabas a convencer. Yo no entendía ese deseo de enfrentarse con el peligro. Te confieso: siempre he sido muy miedosa y nunca me he enfrentado a nada por eso hasta hoy me atrevo a decirte que te extraño, que dejaste una huella honda y que aquí te siento todos los días como cuando íbamos brincando por los chocolates. Desde que te marchaste estos terrenos que piso ya no son míos, no encuentro ya la querencia, estoy suelta, sin fijeza. ¿Te das cuenta? Tus palabras las hice mías, me quedó esa manera tan recta de definir los comportamientos de tu cómplice, como te gustaba decirle. Quisiera cambiar de tercio pero no puedo, tengo que decirte a volapié que ya no aguanto esta tierra sin ti y que nos vamos al mar. Sí, mi madre y yo. Sigo arrastrando mi pánico, nunca me puede enfrentar y sigo enchiquerada, afincada en las tablas sin atreverme a ir a los medios. Hiciste bien en irte, aquí conmigo te ibas a amargar.
No estoy triste, ni me he cortado la coleta. Cuando salgo al tercio de la playa y veo como enviste la ola, te siento, te miro elegante con tu vestido de coral y oro con alamares y golpes negros. Te veo como nadas, bailas con los peces que te rondan y te los embraguetas y cargas la suerte, siempre la suerte, la que da y quita.
Voy a liar mis palabras y solo quiero que sepas Juan, que estamos en el mar por si quieres hacer un paseíllo.
Sergio Astorga


Acuarela/papel 20 x 30 cm.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Ya llegaron

El suelo estaba mojado y trato de adivinar quiénes eran. Se oye como llegan, traspasando los sobresaltos; yo estoy aquí en mi cama, aterido de frío. No consigo calentarme. Llevo dos noches plomizas, pardas como las ojeras del abandono. Era febrero, me acuerdo porque el viento azotaba las ventanas y se metía por los corredores buscando la salida que no hallaba. Yo veo borroso, no alcanzo a distinguir más allá de un metro. Ya debían de estar cerca porque escuchaba sus sombras ruidosas. Me habían dicho que era un vaticinio, que ellos llegarían aunque yo no viese nada. La noche seguía, pero ausente, estaba como muerta, hecha una lágrima.

"Yo soy Tayazin, heredero del trono de Atzcapotzalco. Tu padre, Tezozomoc ha muerto. Tu también has muerto. Tu hermano Maztla enterró su puñal en el pecho cuando andabas camino de tu casa"

Uno oye. Pisadas que van, que viene. !Despierta! -escucho, pero mi cuerpo es de fieltro, se adormece, se derrumba buscando no oír, no ver. Tenia frío y sed. Presentía que faltaban muchas horas para que saliera el sol. Me envolví en la colcha para taparme, para que me creciera el día. Me acuerdo, siempre me acuerdo y no me quiero acordar porque me tiemblan las manos. En medio de este amoratado dormir, escuchaba repartidas en todo el cuarto esas voces que parecían alquiladas, falsas, indiferentes.

"Dios te salve reina y madre. Madre de la misericordia, esperanza nuestra. A ti llamamos los desesperados hijos de Eva..."

Para sustos no ganaba. No tenía ganas de pararme de la cama y no quería saber quiénes eran. Así pasó mucho rato, sin urgencias de tiempo como amarrado al hambre de no saber. Solo tenia ganas de resucitar en otro día.

"Naranja dulce limón partido, dame un abrazo que yo te pido"

Entreverándome en el sueño como correteado por coyotes, me aferraba al colchón de mi cama. Estaba boca arriba y sentía calambres en las manos en espera de que el repiqueteo de voces se hicieran pedazos gracias a mi indeferencia. Despierta -vuelvo a escuchar. Ya llegaron -insistía esa voz que se esforzaba en arrancarme el miedo.

"La Pinta la Niña y la Santa María por el mar de las antillas"
Afuera, en la calle, regueros de pasos. Creo sentir todavía como me abandonaban las fuerzas en espera de vaciarme de noche y despertarme. Debería haber gritado, salirme de esa espiga de recelo, pero ya no escuchaba el latir de mi corazón. Nadie vino a verme. Tuve que aferrarme a esa humedad del cuarto. Ánimas que amanezca -me alentaba, encogido en el peso de mi cuerpo. ¡Despierta! -me gruñeron. Supe entonces que habían llegado.
Sergio Astorga

Mixta/papel 14 x 19 cm.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Fruta madura

Había un vago olor de angustia y un blindado desarreglo. Tenía la orientación correcta. Leyó una vez mas: Avenida Lorenzana numero 50.
Nunca sospechó que esa dirección tantas veces ambicionada lo llevaría a un mercado. Curioso, cruzó ese espacio de gargantas múltiples, de canastas y ojos ávidos de compra.

- Pruébela marchanta.

- Llévelo llévelo bien caladito joven.
- A cuatro la docena güerito.
- Si hay, calientitos, cuantos le damos Don?
- Chile ancho, guajillo, morita, cascabel, chipotle. Un cuarto, medio?
- Que va a llevar señor? Tenemos de su talla.
- Pásele, si hay lugar, quiere ceviche, caldo de camarón, huachinango, ostiones, almejas, cazón. Si hay lugar...

Desconcertado vaga, tritura, se ciega, se siente invadido por un torbellino que estalla en sus oídos.
De repente, entre el vocerío, percibe ya como hombre roto, a esa pera madura, pulida, turgente. Se acerca conquistado y revive el tatuaje de su memoria y comienza a cruzar los caminos de la evocación, de la caricia desdentada. La misma nuca curva, el mismo hombro circular. El mismo párpado de espalda, la misma piel visible de la carne; la misma desnudez de alcoba; la misma falda jugosa que se toca; el mismo talle sendero que despeña.

Colgado a la visión no atina a decir: es mía. Sale del mercado y algo madura en su interior. Corre y arde hasta llegar a casa.
Se sienta delante del frutero. Poco a poco se va oxidando su recuerdo en el presente; como un beso, como la estampilla de una carta.
Sergio Astorga


Tinta/papel 20 x 30 cm.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Caballete

No he sido montado
y vago por las praderas.
He nacido mudo pero de línea fina.
Soy caballete blanco
y me arranco violento al rayar el sol.
En mi ojo animal se afila la alfalfa.

Relincho poco porque no me dibujó Picasso.
Mi pezuña no es florentina,
ni veneciana,
ni romana.
Al rapto de las Sabinas
llegue tardío.
Soy un poco cojo.

Cabalgo por el llano.
Subo montañas.
Soy la mañana.
Soy la calabaza de los pintores.
Soy abrazador,
inquisidor,
conquistador.

Me clavan la espuela.
Sangro,
bayo,
callo,
y me convierto en rayo.

Me como las siete leguas.
Camino a la alta escuela.
Me veo vienés,
árabe,
andaluz.
Entrando por el cielo
envuelto en crines
pinceles,
laureles en cruz.

Soy un caballete
al garete.
Sin maja,
sin majo,
sin cuajo.

Me sueño caballo de Verrocchio,
cuando menos en el color negro de mis ojos.
Sergio Astorga

Tinta/papel 20 x 30 cm.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Piedra Arriba

En paz y en vertical.
Es estéril la ofuscación del horizonte.
El pulso solar no se desmaya
y lejos quedan las fronteras en su lenguaje crudo.
Los siglos reverberan.
Quién pensará en la disculpa de los limites?.
Lumbre en los ojos
y no hay nubes blandas que consuelen.
El tacto se empaña y evasivo,
se resguarda en los dedos de otra mano.
También el calor es un alcohol que nos disuelve.
Mira, la tarde se dispersa.
El fuego nos consume ya por dentro.
Sergio Astorga

Acuarela/papel 20 x 30 cm.