Uno camina por la calle y un olor fresco a pan horneado se meten las narices. ¿Por qué no vives en tu patria? Me preguntan los encopetados empresarios de siempre. Yo los restrego con el jabón del silencio.
El olor a panadería tiene la patria del olfato. Amasar y hornear son las fronteras entre el hambre y el disfrute.
No fue fácil reconocer el tipo de pan Richard Hart, tuvo tanta premura por saber la estructura de lo hecho. A todos le padecía habitual ir y comprar. Me llena de asombro que exista tanta rigidez de nariz. Me gustaba cuando el pan, el bolillo, lo envolvían en papel de colores. No me acuerdo, pero, me contaron que era el papel que le regalaban las papelerías que ya no lo vendían porque tenía las puntas dobladas.
Los domingos no hacían bolillos ni teleras, por eso entre semana muy temprano nos turnabamos para comprar una bolsa inmensa. No hay nadie que rechace un una taza de chocolate para sopear su bolillo.
A menudo el estado de la mente depende del pan que comes. Un día llegó la oscuridad, ya no olí a pan, sólo a sexo rancio por las calles. Todos andan sonámbulos, listos para el psiquiátrico. Qué haremos por un pan digno y oloroso. Tal vez salvar a los panaderos de la industria de la bazofia.
¿Te unirías?



1 comentario:
Saudades "del olor a rosca de reyes" on the streets of Los Alamos...
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