Los sobrevivientes de aquella primera Arca, con el estómago repleto, se mataron de amor o de rabia para el regocijo de los espectadores que pagan por evento.
Sergio Astorga
Acuarela/papel 20 x 30 cm.
Acuarela/papel 20 x 30 cm.
Mi estimable clientela, como ustedes saben este Abarrote no tiene sucursales y por ese motivo, todo lo que llega y sale de su perímetro virtual es contado y recalentado, posiblemente hasta la impaciencia de sus virtuales visitantes, pero a sabiendas de los inconvenientes que esto les pueda ocasionar y con su permiso, este Abarrote tiene la alegría de informarles que María Eugenia Mendoza Arrubarrena, periodista, guionista, locutora, escritora y mexicanísima y, por si esto no bastara para apreciar su real existencia, es creadora del blog Aldea de las Letras y La sobremesa de María, pues les digo que María Eugenia tuvo la gentileza de escribir un artículo para la revista virtual suite 101. Net sobre el libro Temporal de todos ya conocido. Si ustedes quisieran acompañarme en su lectura aquí les dejo el enlace, aquí aquí aquí.
El Abarrote se engalana una vez más ahora con la agilidad, viveza y vértigo de Gemma Pellicer de Sueños en la memoria, que ha tenido la gentileza y reto literario, muy propio de su arrojo, para realizar un malabar con un poema del libro Temporal, ya de toda la estimable clientela conocido. Los invito a conocer semejante gesta y que puedan disfrutar y comprobar a toda memoria todos los resquicios de un malabar.
Tú estás montada en tu noche. No habrá que acomodar la almohada para buscar con tus manos en la oscuridad ese nombre de hombre que sabe a almizcle. Eras plena, no había sitio para otro cuerpo. Sabes que te quedaron noches por delante. Tu cintura habla de ti y de lo que resguardas. Sabes que ya no hay porcelana en tu vientre y sólo el arrebato de la llama abierta queda. De tus pantorrillas ya huyen los ojos de bohemia. Llevas contigo el triángulo de tu paraíso: tu nombre, voz e impericia.
En frente de ellos estaban. Habían pasado el día buscando ese resplandor opaco del adobe, ese arrullo de tierra hecha a mano que perturbaba el cielo azul. Debajo de esa mañana sólo se veían las manchas voladoras de los cuervos y ese palpitar de sus pupilas por encontrar su casa. Sudaban mucho, sofocados de tanto andar, oían su pecho exaltado por la duda. El camino raso con pequeños y enmarañados huizaches los confundía, horas y horas sudando con los ojos engarrotados, sin ánimo de hablar. La rabia comenzaba a subírseles a la cabeza, cuando muy a lo lejos divisaron los rojos chiles colgados de una puerta, parecían un puñado de pájaros muertos. “Estamos perdidos” pensaron al unísono como dos chirimías huecas. Pero no, ahí estaban esos rojos chiles anunciando que ya estaban cerca, que sólo era seguir esa empinada calle. No había gente, sólo se veían sus camionetas estacionadas y cómo preguntar si no se acordaban del nombre de la calle, tenían que seguir caminando.
La noche ganaba altura cuando las estrellas se enjabonaban al paso del caliente pan y de los rostros asombrados de las niñas y niños que habían dejado sus cartas en medias, zapatos y calcetines con la esperanza de recibir, a la letra, la prenda ansiada.
Iniciamos el año calendario y este Abarrote les desea, ya en este nuevo ciclo, que el desamparo del diez no afecte al once para seguir con esta danza del vivir que bien nos hace.