martes, 12 de octubre de 2010

Amigo fiel



El sombreo de Don Cuco era como su amigo más fiel... pero un día sin darse cuenta se sentó en él.
Sergio Astorga

Mixta/papel.

jueves, 7 de octubre de 2010

Amarillo sostenido en Fa perdido

Opulento, como un alarido encima de las palabras, el Amarillo sostenido en Fa Perdido, representa el sonido criollo, con reminiscencias del folklore propio de las Américas. Las inscripciones, mas que partituras, fueron halladas en un viejo baúl que perteneció a los primeros habitantes de de origen andaluz llegados a finales del siglo XVI a las costas de Veracruz. Durante doscientos años estuvo extraviada, pero se tenían noticias sólidas de su existencia gracias al programa de mano, si podemos llamarle así, datado en el año de 1786. En este programa aparece el Amarillo sostenido en Fa Perdido interpretado por alumnos de las Escuela Real de Música utilizando instrumentos de cuerda y viento. Se presume en este programa que esta inscripción o partitura, fue elaborado por un criollo llamado Esteban Rodríguez, músico de oído con un talento, cuentan, sobresaliente. La partitura logró el reconocimiento del Virrey, no obstante el éxito, Esteban se mantuvo firme a sus deseos de independencia, buscando en el llamado folklore su ascendiente musical, despreciando la servidumbre de las cortes. Por desgracia, no se tienen noticias confiables del destino del compositor.
Es de suma importancia, según los entendidos, estar plenamente relajado y consciente- binomio extravagante- para la observación de la partitura, ya que al lograr un estado vigilante se podrá percibir como, de manera aleatoria, los sonidos irán desenvolviéndose vertiginosos y criollos. Para un oído contemporáneo podrá tener una experiencia similar a lo que actualmente es la música caribeña con cadencias europeizantes.
Les dejo, para que disfruten, si así es su deseo, la contemplación sonora de la inscripción o partitura: el Amarillo sostenido en Fa Perdido.
Sergio Astorga

Tinta sobre madera 20 x 30 cm.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

A puerta gayola I

El día estaba afarolado, las nubes giraban en sentido contrario al vaivén del mar. Tenia un mal presentimiento, como si el día estuviera avisado, -esos son lo más difíciles de torear- me decías- Parece que saben para que tiene los pitones. Hoy recuerdo esas palabras y eran verdad, hay días así.
Muy de mañana recibí como de costumbre los tres puyazos en todo lo alto de mi madre: "estas muy gorda" "tienes un carácter que..." "antes me querías". Yo aguantaba vara y me recargaba en el peto de tu imagen para no salir huyendo.
Preparé el desayuno lo mejor que pude y me salí a caminar por la playa para no pensar. De repente, estabas delante de mi recibiéndome a puerta gayola con un:

- Que tal- que me recorrió de testuz a rabo.
- Estela, hombre mujer, que parece que has visto un fantasma.
- Juan, es que no te esperaba tan pronto.
- ¿Me esperabas?
- Bueno, si... parece que todo ha sido una confusión. No has respondido mis cartas.
- Estela, ya todo lo que tenia que decir lo he dicho.

Me sentía nerviosa, tonta, no sabia que hacer, si embestir o quedarme quieta; él siempre con su aplomo, bien plantado y con la mirada firme.

- ¿Te vas a quedar mucho tiempo? - atiné a decir.
- No, solo hasta mañana. Mi mozo de espadas vino a ver a un pariente y como esta cerca la ganadería de Don Ramiro, estamos de pasada, ¿necesitas parné? .
- Oh, no gracias. Vendimos la casa y aquí no tenemos muchos gastos. ¿Quieres ir a tomar una manzanilla o un café?
- Estela, sigues intentando llevarme a un terreno en donde estas aquerenciada y que es imposible. Cada faena tiene su lidia y su terreno. No puedes hacer faena en donde la arena huele a sangre, tienes que salir, llevarte al toro a otro terreno, donde no huela, donde no exista arena removida, porque se va aferrar a ella y comenzará a defenderse y no habrá entrega, así es en la vida.
- Juan, lo intento tu lo sabes, lo pienso y...
- Solo has toreado de salón y en tu mente. Uno trae la faena en la cabeza una y otra vez, eso lo hacemos todos, la única diferencia es que hay que salir al redondel y enfrentarse. Tu no quieres salir, te ha ganado el miedo.
- Me estas dando la puntilla.
- Estela, sabes que yo no soy un chalao. No pienses que solo estoy aprovechando el viaje, siempre te he tratado con verdad.
- Lo sé lo sé.
- Me dio gusto verte y saber que estas bien. Estoy cansado y tengo que ir a sornar.
- ¿Te vas así?
- Estela, tu ya decidiste con quien alternar y no es conmigo.

Te vi partir con donaire, como si estuvieras partiendo plaza, mirando sin mirar a los tendidos. Yo me quedé enchiquerada y rebarba. Sintiendo que el día me había dado un gañafón que recordaría toda mi existencia. Ya sé que he entrado en falso muchas veces, que mis desplantes son ante el espejo. Pero déjame seguir escribiéndote Juan, saber que pude elegir, armar la marimorena contigo y no esta vida capacha que tengo. Mis miedos Juan y ese aferrarme a gente que solo quería verme en la dehesa, pastueña y con la penca altiva. Te recuerdo Juan, y ahora más que nunca y al relance te digo que no vale la pena pensar en todo lo que te quería decir, fui reservona y me salí de la suerte. No te reprocho ni te olvido y la imagen de tu cara comiendo chocolate me endulza este varetazo permanente que yo misma me doy. Si ya sé que es a toro pasado.
He pasado varios días pensando si debía de contarte, a los pocos días de nuestro encuentro en la playa, murió mi padre y como tu decías, ni en ese trance me pidió perdón, de lo que tu ya sabes.
Entiendo que no me contestes Juan, pero déjame aferrarme a tu imagen de tabaco y oro que he mirado ayer en una ola grande que casi me ahoga.
Voy a seguir escribiéndote Juan, es lo único que me hace sentir viva.
Estela.

Sergio Astorga
Acuarela/papel 20 x 30 cm.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Te respondo Juan II

Gemma me lo ha dicho: que vislumbras la posibilidad de visitarme, Juan. ¡Una inmensa alegría me recorre solo de palpar esa posibilidad! Ha sido una larga lidia en donde yo he fracasado por perderle la cara a la situación, acobardarme y brincar las tablas. Mis miedos a dar el paso, mi pánico escénico, esa manera mía de sabotear la felicidad. Arrastro un pasado con mala nota de tienta y no me lo puedo quitar de encima. -Muletazos de castigo tienes que dar para defenderte de la mala leche- me decías cuando te dabas cuenta que mi familia me maltrataba. Yo te culpaba. No entendía que no puede uno ser parida todo el tiempo como si nunca tuvieras libertad. Uno se acostumbra al castigo y manda un gañafón con el primero que se pone enfrente. El primero eras tu y hacías la suerte del Tancredo, sin moverte, esperabas que pasaran mis furiosas embestidas. A veces, y no te culpo, dabas un cuarteo y me ponías unas palabras que parecían banderillas de fuego. Me dolían y mucho, pero ahora sé que estaba codiciosa y no dejaba reponerte. Por eso cuando me dijo Gemma que podías venir, ha salido el sol en mi plaza. No se lo he dicho a mi madre, ya lo sabes, ella te odia porque compite conmigo y piensa que yo tengo que estar en el corral pastando y rumiando mi desgracia de mujer. Ahora comprendo cuando me decías que el triunfo o el fracaso depende del dominio de la situación; que no todo es torear bonito, que se pasa mucho miedo, que se traga mucha angustia y que la faena la tienes que hacerla sola y si es posible en el centro del ruedo. Ahora sé que uno debe querer a un hombre que se planta enfrente del peligro y que esta dispuesto a hacerte el quite con su propio cuerpo para salvarte. Ahora no se que hacer. -Uno tiene que aprender a tiempo - me explicabas simulando un pase natural- el toro te avisa cuando te va a dar la cornada, es un acto de nobleza, te avisa dos veces y si no lo atiendes te mete el pitón sin piedad. Todavía no aprendo, por eso tengo el alma llena de cornadas.
Por eso me vine al mar porque aquí me pierdo, me hipnotiza el horizonte y parece que mis recuerdos pueden estar libres de mis propios reproches.
Te respondo Juan. Te recuerdo. No supe ver lo que intentabas, lo que me querías. Yo pensé que me pretendías aislarme de mi manada y no era así, querías enseñarme sangre nueva, noble y fina.
Te recuerdo Juan y no te culpo si no vienes. Aquí te imaginaré de torero marino encerrándote con seis mozos de agua.
Gracias Gemma y dile a Juan que ahora todos los chocolates ya son de él
Sergio Astorga


Acuarela/papel 20 x 30 cm.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Nos hemos ido a la mar Juan III

Nos hemos ido a la mar porque la tierra ya no es nuestra Juan. De niños alcanzábamos las esquinas de nuestro barrio brincando con el pie derecho y luego con el izquierdo. Llegábamos a la tienda de Doña Rosita a comprar chocolates Carlos V y mazapanes. Tu a veces no tenías dinero y te quedabas mirando la vitrina. Yo, que guardaba el dinero que me daba mi mamá si me portaba bien y le hacia los mandados, te compraba tu chocolate y a veces me alcanzaba para comprarte otro para que lo guardaras y te lo comieras en tu casa. Me daban ganas de apretar tu boca con mis manos para sentir el regusto de tu cara. Eras mi mejor amigo. Te lo dije antes y te lo digo ahora. Comprendo que te haya entrado la locura y quisieras sentir que te desdoblabas a otra dimensión.
- ¡Pisar los terrenos! Andarle por la cara -me mostrabas en medio de la calle con una vehemencia que envidiaba. Nunca te lo dije por tonta, me hubiera gustado que supieras que codiciaba esa pasión, ese no importarte la muerte con tal de envolverte en ese no se qué de los instintos.
- Llevarlo templado controlando su fiereza, de repente sientes que te fundes con él y no te importa nada, te elevas en un torbellino y te olvidas del peligro y de la muerte, que la miras siempre pasar - lo decías con tanta verdad que me llegabas a convencer. Yo no entendía ese deseo de enfrentarse con el peligro. Te confieso: siempre he sido muy miedosa y nunca me he enfrentado a nada por eso hasta hoy me atrevo a decirte que te extraño, que dejaste una huella honda y que aquí te siento todos los días como cuando íbamos brincando por los chocolates. Desde que te marchaste estos terrenos que piso ya no son míos, no encuentro ya la querencia, estoy suelta, sin fijeza. ¿Te das cuenta? Tus palabras las hice mías, me quedó esa manera tan recta de definir los comportamientos de tu cómplice, como te gustaba decirle. Quisiera cambiar de tercio pero no puedo, tengo que decirte a volapié que ya no aguanto esta tierra sin ti y que nos vamos al mar. Sí, mi madre y yo. Sigo arrastrando mi pánico, nunca me puede enfrentar y sigo enchiquerada, afincada en las tablas sin atreverme a ir a los medios. Hiciste bien en irte, aquí conmigo te ibas a amargar.
No estoy triste, ni me he cortado la coleta. Cuando salgo al tercio de la playa y veo como enviste la ola, te siento, te miro elegante con tu vestido de coral y oro con alamares y golpes negros. Te veo como nadas, bailas con los peces que te rondan y te los embraguetas y cargas la suerte, siempre la suerte, la que da y quita.
Voy a liar mis palabras y solo quiero que sepas Juan, que estamos en el mar por si quieres hacer un paseíllo.
Sergio Astorga


Acuarela/papel 20 x 30 cm.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Ya llegaron

El suelo estaba mojado y trato de adivinar quiénes eran. Se oye como llegan, traspasando los sobresaltos; yo estoy aquí en mi cama, aterido de frío. No consigo calentarme. Llevo dos noches plomizas, pardas como las ojeras del abandono. Era febrero, me acuerdo porque el viento azotaba las ventanas y se metía por los corredores buscando la salida que no hallaba. Yo veo borroso, no alcanzo a distinguir más allá de un metro. Ya debían de estar cerca porque escuchaba sus sombras ruidosas. Me habían dicho que era un vaticinio, que ellos llegarían aunque yo no viese nada. La noche seguía, pero ausente, estaba como muerta, hecha una lágrima.

"Yo soy Tayazin, heredero del trono de Atzcapotzalco. Tu padre, Tezozomoc ha muerto. Tu también has muerto. Tu hermano Maztla enterró su puñal en el pecho cuando andabas camino de tu casa"

Uno oye. Pisadas que van, que viene. !Despierta! -escucho, pero mi cuerpo es de fieltro, se adormece, se derrumba buscando no oír, no ver. Tenia frío y sed. Presentía que faltaban muchas horas para que saliera el sol. Me envolví en la colcha para taparme, para que me creciera el día. Me acuerdo, siempre me acuerdo y no me quiero acordar porque me tiemblan las manos. En medio de este amoratado dormir, escuchaba repartidas en todo el cuarto esas voces que parecían alquiladas, falsas, indiferentes.

"Dios te salve reina y madre. Madre de la misericordia, esperanza nuestra. A ti llamamos los desesperados hijos de Eva..."

Para sustos no ganaba. No tenía ganas de pararme de la cama y no quería saber quiénes eran. Así pasó mucho rato, sin urgencias de tiempo como amarrado al hambre de no saber. Solo tenia ganas de resucitar en otro día.

"Naranja dulce limón partido, dame un abrazo que yo te pido"

Entreverándome en el sueño como correteado por coyotes, me aferraba al colchón de mi cama. Estaba boca arriba y sentía calambres en las manos en espera de que el repiqueteo de voces se hicieran pedazos gracias a mi indeferencia. Despierta -vuelvo a escuchar. Ya llegaron -insistía esa voz que se esforzaba en arrancarme el miedo.

"La Pinta la Niña y la Santa María por el mar de las antillas"
Afuera, en la calle, regueros de pasos. Creo sentir todavía como me abandonaban las fuerzas en espera de vaciarme de noche y despertarme. Debería haber gritado, salirme de esa espiga de recelo, pero ya no escuchaba el latir de mi corazón. Nadie vino a verme. Tuve que aferrarme a esa humedad del cuarto. Ánimas que amanezca -me alentaba, encogido en el peso de mi cuerpo. ¡Despierta! -me gruñeron. Supe entonces que habían llegado.
Sergio Astorga

Mixta/papel 14 x 19 cm.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Fruta madura

Había un vago olor de angustia y un blindado desarreglo. Tenía la orientación correcta. Leyó una vez mas: Avenida Lorenzana numero 50.
Nunca sospechó que esa dirección tantas veces ambicionada lo llevaría a un mercado. Curioso, cruzó ese espacio de gargantas múltiples, de canastas y ojos ávidos de compra.

- Pruébela marchanta.

- Llévelo llévelo bien caladito joven.
- A cuatro la docena güerito.
- Si hay, calientitos, cuantos le damos Don?
- Chile ancho, guajillo, morita, cascabel, chipotle. Un cuarto, medio?
- Que va a llevar señor? Tenemos de su talla.
- Pásele, si hay lugar, quiere ceviche, caldo de camarón, huachinango, ostiones, almejas, cazón. Si hay lugar...

Desconcertado vaga, tritura, se ciega, se siente invadido por un torbellino que estalla en sus oídos.
De repente, entre el vocerío, percibe ya como hombre roto, a esa pera madura, pulida, turgente. Se acerca conquistado y revive el tatuaje de su memoria y comienza a cruzar los caminos de la evocación, de la caricia desdentada. La misma nuca curva, el mismo hombro circular. El mismo párpado de espalda, la misma piel visible de la carne; la misma desnudez de alcoba; la misma falda jugosa que se toca; el mismo talle sendero que despeña.

Colgado a la visión no atina a decir: es mía. Sale del mercado y algo madura en su interior. Corre y arde hasta llegar a casa.
Se sienta delante del frutero. Poco a poco se va oxidando su recuerdo en el presente; como un beso, como la estampilla de una carta.
Sergio Astorga


Tinta/papel 20 x 30 cm.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Caballete

No he sido montado
y vago por las praderas.
He nacido mudo pero de línea fina.
Soy caballete blanco
y me arranco violento al rayar el sol.
En mi ojo animal se afila la alfalfa.

Relincho poco porque no me dibujó Picasso.
Mi pezuña no es florentina,
ni veneciana,
ni romana.
Al rapto de las Sabinas
llegue tardío.
Soy un poco cojo.

Cabalgo por el llano.
Subo montañas.
Soy la mañana.
Soy la calabaza de los pintores.
Soy abrazador,
inquisidor,
conquistador.

Me clavan la espuela.
Sangro,
bayo,
callo,
y me convierto en rayo.

Me como las siete leguas.
Camino a la alta escuela.
Me veo vienés,
árabe,
andaluz.
Entrando por el cielo
envuelto en crines
pinceles,
laureles en cruz.

Soy un caballete
al garete.
Sin maja,
sin majo,
sin cuajo.

Me sueño caballo de Verrocchio,
cuando menos en el color negro de mis ojos.
Sergio Astorga

Tinta/papel 20 x 30 cm.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Piedra Arriba

En paz y en vertical.
Es estéril la ofuscación del horizonte.
El pulso solar no se desmaya
y lejos quedan las fronteras en su lenguaje crudo.
Los siglos reverberan.
Quién pensará en la disculpa de los limites?.
Lumbre en los ojos
y no hay nubes blandas que consuelen.
El tacto se empaña y evasivo,
se resguarda en los dedos de otra mano.
También el calor es un alcohol que nos disuelve.
Mira, la tarde se dispersa.
El fuego nos consume ya por dentro.
Sergio Astorga

Acuarela/papel 20 x 30 cm.

sábado, 28 de agosto de 2010

Jaguar

Hace cuantos Jaguares que no nos vemos.
Ya lo olvidaste...
Tienes las patas rotas, eso es?
Un día sabrás que las hormigas

que rondan por tus ojos no están disecadas...
Por el mundo hay un desvelo de iguana,
esa que no pudo ser cocodrilo,
por sus lagrimas te lo digo.
Has llorado últimamente?...
Tu no lloras, tienes ya demasiado musgo en los párpados...
En este pedernal que tengo frente a mi, me acuerdo de ti.
Sin lamentos, sin angustia de oprimidos rojos,
ni los marfiles helados de tus indirectas me hacen lamentarme.
Me acuerdo de ti como de la tuna que tatúa al nopal de sus caimanes...
Me acuerdo de tu disfraz solar desesperado.
Te sentaba bien.
Te veías como el anís
y emborrachabas como el aguardiente.
Como reímos cuando una de tus garras se atoró sordomuda
en esa mulata noche bajo la luna de capricornio...
Ya lo olvidaste?...
Acaso olvidaste los huesos que enterramos juntos
y el vomito del día.
Esta garra también fue mía,
y perdido entre las piedras que me esculpen
busco al trópico farmacia.
Una zarpa de saliva se me atora...
Y tu que no dices nada...
Voy a volver con los astros muertos
y voy atacar el refugio de mi lengua...
No quiero que vengas...
La selva esta encendida
y en la copa de los árboles duermen los monos.
Quédate a lamer tus heridas,
a dibujar tu eclipse peninsular...
Ya lo olvidaste?...
Yo fui jaguar
y de ceniza son mis manchas,
y con el rabo del ojo dejo mi hulla en esas rendijas de tristeza...
No vengas...
Voy a gruñir.
Sergio Astorga

Acuarela/papel 20 x 30 cm.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Amigos Mortales

Amigos mortales somos al sol.
Voraces en la danza roja.
Mito bárbaro que somos.
Sin cobardía.
Hundidos en el dolor de la belleza.
Sergio Astorga.



Acuarela/papel 20 x 30 cm.

martes, 10 de agosto de 2010

Sonar de Aromas

Los muros chorreaban orines a pesar de la limpieza de la señora Lucila, que de mañana tenía, entre el jugo del sueño y la modorra, una cubeta llenándose al chorro de agua. Nunca se dio cuenta que el Faisán gozaba trazando su territorio, antes de que la luz hiciera notar el límite húmedo de sus fronteras.
De noche el Faisán buscaba con su lengua despertar los colmillos amarillentos, de un sarro tan espeso, que lo obligaban a despreciar los cuidados de la señora Lucila. A veces cuando el dolor era muy fuerte y el Faisán lagrimeaba, la señora Lucila cortaba su falda en delgadas tiras para tratar de limpiarle los colmillos, pero el Faisán meneaba la cola con enfado y se escondía tras la puerta. Ella se arremangaba, encogía los hombros y pensaba en el abuelo. Entonces su rostro se entumía; sus mejillas se tornaban grises, la cabeza le daba vueltas y trastabillando lograba sentarse en la cama.
Poco a poco la nostalgia desbordaba sus malestares, para que su vista se petrificara ante el retrato del abuelo, que se veía tan sereno con su cachucha de correos y el uniforma impecable. Es un buen retrato se decía-“La expresión de los ojos es alegre. Si no lo hubieran jubilado…” La señora Lucila creía que el abuelo enfermó al tener todo el tiempo entre sus manos... “acostumbrado a caminar por toda la ciudad y yo a verlo partir. Pobre abuelo…” repetía constantemente, incrédula al tocar su falda rota y desteñida, como si a fuerza de alisarla se uniera en una sola pieza.

Fue un día de Mayo, cuando se dio cuenta que por calmar los dolores del Faisán, su falda se encontraba en un estado deplorable. Por las noches, hilaba los jirones con torpeza; el Faisán la veía con los ojos cansados, reprochando mudamente la interrupción de su descanso. Trataba de ladrar y caía en un sueño intranquilo.
Todo cambió al descoser la mochila del abuelo. Sus hábitos se cambiaron bruscamente, pero su falda quedó inmutable. La señora Lucila se contentaba con las proezas que tuvo que hacer para que la unión de los jirones no dejara pasar el frío. La solución fue dolorosa al principio, la mochila del abuelo representaba la grandeza de un oficio, ejercido con gallardía durante veinticinco años.
Lentamente destejió las correas, tan duras y gruesas, que dejó medio día entre remembranzas y callosidades, entre el fervor y el fastidio del Faisán que movía la cola, como si quisiera medir el tiempo con sus propias fuerzas, tan escasas, que los intervalos se alargaban a su antojo. La señora Lucila con su rostro estrechado por la emoción, mostraba cierta indiferencia a las incomodidades del Faisán, tensando las correas para comprobar la resistencia a los años. –“Míralas, son fuertes todavía. El abuelo perdura”. El Faisán sentía como la oscuridad empujaba la luz hacia los rincones, acomodándose incolora por los contornos de la mesa, adelgazándola hasta confundir la solidez de una forma con el vapor de la imagen, envolviendo el sonar de los objetos con el mutismo de la luz entre las sombras. La señora Lucila respiró la pausa del ambiente y se dejó atrapar por la ceguera, para arrullarse con el parpadeo de los rincones.
Caín susurrantes en el ambiente gris unos hilillos de agua, destilando de un orificio del techo. No era la primera vez que esta pulsación del agua acometía en el oído, hasta dejarlo en una sordera pacífica, que al tiempo, llenaría la vida con un hipo anhelante y pertinaz. La señora Lucila y el Faisán, como muertos que no sueñan, se confundían en un eco de aromas: en un tiempo que se empapa y se orea entre las sombras y la luz; el Faisán husmeando sus fronteras y la señora Lucila tendida… muy tendida.

II

- ¿Qué hace señora?
- Quitando el caliche ¿qué no ves?
- Usted siempre tan limpia; a sus años debería buscarse un pariente que la cuide.
- ¡Ay hijito! Ya no tengo parientes. Todos se han muerto y al Faisán a veces se le olvida el camino y me descuida mucho.
- Tanta limpieza le hace daño
- En vez de estar mirando, ayúdame. Sobre la mesa está el cuchillo. Ándale… acércate. ¡En cuclillas hijito! Trata de quitar el caliche en rebanadas. Así… así, que no se desmorone.
- Oiga señora, ¿no cree que exagera, está bien la limpieza pero, en rebanadas?
- Déjate de preguntas y apúrate, que ya van a dar las diez. Pon las rebanadas en a charola.
- Señora Lucila ¿para qué quiere el caliche?
-Para comer
-Pero…
- No te digo que el Faisán me descuida mucho. ¡Fíjate en lo que haces! Mira, echaste a perder la rebanada.
- Señora Lucila yo sólo venía a…
- A cobrar la rente ¿verdad?
- No, venía…
- Ya sabes que no tengo dinero. Además, no voy a pagar hasta que arregles el edificio, se está cayendo de mugre.
- Señora Lucila, cálmese. Ya sabe que a usted no le cobro. Yo quiero ayudarla.
- Vete al diablo.

III

En las mañanas frías, el Faisán se revolcaba para que la señora Lucila le palmeara el lomo y no lo obligara a salir hasta que la luz del sol calentara sus huesos. Desde los tiempos en que el abuelo repartía el correo, el Faisán lo acompañaba en sus correrías por la ciudad. A las ocho de la mañana salían: el abuelo con su cachucha bien limpia y el Faisán con el vigor del orgullo. Desde la muerte del abuelo, el Faisán se volvió más lento y torpe; con sus ojos en vigilia permanente esperaba el buen tiempo para salir y cuando lo hacía, con una hora de retraso realizaba el mismo recorrido del abuelo. Con los años el hábito impecable se fue acortando. Ahora sólo recorría el camino que lo llevaba al mercado y, en vez de regresar a las tres de la tarde, llegaba a las diez de la mañana. A su paso todas las miradas se fijaban en el Faisán, como si esperaran que su imagen se fundiera con los tiempos del abuelo. El Faisán con su orgullo heroico soportaba, bamboleándose a cada paso, en desafío a los verdugos, hasta llegar al mercado casi sin aliento, con la esperanza entre las patas. Buscaba entre los aromas la vitrina del carnicero. Reconocía el alimento del día entre el bote de basura y el perejil. Cuando iba con el abuelo escogía la pieza de su gusto, el abuelo lo observaba y le decía: “Ya sé cual te gusta. Lucila quedará satisfecha con la compra”. Ahora, sentado en sus patas traseras, esperaba que el dueño de la carnicería recodara aquellas compras. A veces tenía resultados y le arrojaba unas tripas fétidas y pellejos grasientos que el Faisán engullía. Satisfecho, relamiéndose el hocico esperaba la siguiente porción, si la obtenía, la guardaba en el hocico para regresar a casa.
A las diez de la mañana era recibido con gran fiesta, la señora Lucila abría el hocico del Faisán para sacar las tripas que colocaba en la charola de peltre, las cortaba en trocitos para comerlas muy despacio. Al Faisán le dejaba los pellejos, éste los rehusaba con mirada de satisfacción, -“ay Faisán tus dientes y los míos ya no ayudan. Debería freírte los pellejos. El abuelo se llevó todo”.
Cuando el Faisán regresaba con el hocico vacío, la señora Lucila preparaba el caliche en la misma charola de peltre. El Faisán la ignoraba y se metía debajo de las falda de la señora Lucila a lamerle las grades y saltona venas de su pantorrilla. Los colores verde y morado le recordaban las tripas, entretanto, la señora Lucila, comiéndose el caliche a puños, reía al sentir la lengua pegajosa del Faisán entre sus piernas.
Sergio Astorga

Tinta/papele 20 x 30 cm.

jueves, 5 de agosto de 2010

Para Safo

Porque no esta dispuesta
el corazón a beber su propia sangre,
los ríos se detienen en las piedras
y tu cuerpo gracioso se me escapa.
¡OH! dulce pie soberano en la alcoba,
ofrenda pura del sueño;
escucha las suplicas de las riberas,
de los olmos, de las liras del guerrero.

Toco la puerta y no sales.
¿No podré beber la aurora?

Yo que navegué hacia Troya
me quedo sin arte
bajo el agua de tu almohada…
Vamos, tócame vuelve a ser el higo
fresco de mis ramas.
Sergio Astorga

Acuarela/papel 20 x 30 cm

miércoles, 28 de julio de 2010

A fondo



Debajo de la frente esta la barca.
Sin remos, sin algas, sin ataduras.

Sergio Astorga

Acuarela/papel 18 x 14 cm.

sábado, 24 de julio de 2010

Al Andafuz

Ese moverse suyo por las tierras, contrastaba con la plegaria de la zarza y el movimiento escabroso de las doncellas, que arteras, robaban los candelabros del templo hasta provocar la ira del monarca.
Al Andafuz, era un elegido. Un indómito que recorrió mezquitas agudas y sabias.
La daga rojiza surcó por mil cabezas con ese doble filo del triunfo y el fracaso y se escuchaban en los funerales de los pueblos la mediodía de su grupa triunfante. Gentes de a pie lo decían: ningún trono valía, ni sermón, ni montaña, ni luna, sino se gozaba su historia contada por aedos o mercaderes acuciosos.
Algunas huestes en pánico, huyeron torpes y viscosas por el infortunio, junto al canto de mujeres que lavaban su ropa en el río.
La ciudades conquistadas duermen opulentas y solo donde el paso de Al Andafuz dejó su sombra prosperan.

De su gloria ha quedado, como emboscada, al paso de las caravanas coetáneas, esta inscripción en el muro mas alto a la entrada de la ciudad: "Por encima de las palabras no hay nada en esta patética familia de hombres".
Sergio Astorga


Tinta/papel 20 x 30 cm.

jueves, 22 de julio de 2010

Era de Camarón

En éxtasis, cómica y mártir, el alba huele a carne macerada y se entume en el cristal la imagen de novicia que desgarra al que la mira.
Ha perdido la cabeza y tiene miedo de contagiarse y corre de muro a muro y nunca la miel de la caricia toco sus pensamientos.

Lo que está en su cuerpo no sale de su cuerpo.
Y el fuego, en su jungla tiene tregua; un hormiguero de apetito y ungüento de sal que se fastidia.
Antes del reino húmedo del viento ya su vientre ensuciaba las sábanas de premoniciones, de futuras contiendas que nunca llegarían.
Vino del mar y los ocres de la piedra le dieron ese rostro y muchas bocas le dieron nombre.
Su sonrisa sangra de su vientre y es un signo que flota y demasiada noche la penetra.
Su era es la del agua y la temperatura del azul es la ceniza que la tizna.
Arde como la piedra filosofal y deja la rosa de los tiempos clavada en la intimidad de los libreros.
Inoportuna y plural, el silencio de lo amado sufre, como sufre el ojo cuando arde.
Era el giro detenido del sexo y la nuca del sueño.
Era inaplazable la sed de sus entrañas y el torbellino de la nada.
Y era de camarón su torrente de signos.
Si. Era de camarón el delirio de sus muslos.
Sergio Astorga
Tinta/papel 20 x 30 cm

martes, 20 de julio de 2010

Concierto en Do sostenido mayor Opus 4 para instrumentos en negro continuo.

En la pureza estéril del sonido está inspirada esta sobresaltada composición donde las negras (notas) lubrican en compases ternarios los acordes.
Los calderones, confidentes de los silencios prolongados le dan a la participación de las cuerdas un abigarrado recordatorio de alcoba, es decir, un mutis condescendiente.
Se ha querido ver en esta obra cierta influencia del romanticismo tardío, sobre todo por la caudalosa intensidad del divertimento. Sin embargo, a esta obra debemos atribuirle una desapiadada influencia de la música incidental.
Es fácil advertir un tono dominante de tipo galante a través y a lo largo de sus movimientos, especial mente en el cuarto (movimiento).
Apegado a su estilo, el compositor advierte que la obra contiene un sustrato melódico barroco y una urdimbre literaria derivada de una historia simple de amor rural como aquellas Églogas de Garcilazo de la Vega.
No puedo dejar de participar que el piano, como instrumento dominante mantiene la tensión en escena para que los demás instrumentos giren en su entorno.

Los movimientos son:
Primer Movimiento: Allegro con intensidad lineal, con un negro continuo ligero.
Segundo Movimiento: Andante apasionado, glissando del Re al Fa sin dramatismos.
Tercer movimiento: Largo con ciertos toques recitativos por parte del primer violín.
Cuarto Movimiento: Agitado con brío, en donde el desenfreno de los negros precipita un final tremebundo.

Fuera de programa puedo adelantarles que esta obra será incluida en el nuevo repertorio de la Filarmónica Nacional de los Antojos, con sede en los Álamos.

Que la disfruten.

¡Comenzamos!
Sergio Astorga


Tinta/papel 20 x30 cm.