Ni el frío azul, ni la herida de la roca dejó la distancia tan fría, tendida como una borrasca íntima. Ciego el Edipo. La sangre de azul respiraba muda. La saturación de la espuma trabajaba lenta, forjando el latido desolado, sin cólera, como esclavo encallado en la marea.
Los despojos ahora son silenciosos, ahogados los rencores. Los perfumes del cabello naufragan en los estrechos corredores de hilos negros. La saliva sube con la onda como un beso soñado y misterioso.
Yo me duermo y guardo el secreto.
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