El señor Quiñones corría todos los días al salir de su casa para encontrar al autobús de las ocho de la mañana. Nadie se preocupa por indagar por qué lleva una corbata larga como lombriz amarrada al cuello. Él era un caballero, sus ojos llenos de prosperidad dejan a su paso el aroma del profeta. El Señor Quiñones, era luz aunque nadie lo conoce, tan distraídos con sus celulares en mano. La gente lo ignora.
Trabaja en la oficina de correos. Separa la correspondencia. Los foráneos los mete en una caja azul, los demás en una caja roja. Con ademán de orgullo pasa su horario en serenidad. Se ha convertido en un paisaje necesario como el pan con queso de su almuerzo.
Su corazón humilde sigue su latido como un cíclope que sobrevive delante del muro.
¿No has ido al correo?
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