lunes, 10 de noviembre de 2014

Obviedad que no se cuenta se distorsiona


Algunas historias mojan y quedan en piedra. A la mitad del siglo dieciocho llegó de la sierra del Pilar un jovial hombre de tristeza sombría. Se le veía vagar por las calles. Las personas que lo veían no daban crédito a que en tal sonrisa pudiese albergar ese desconsuelo. “Es mal de amores” “Su cara refleja ruina” “Está enfermo, hay que tener cuidado” “¿Será un acecino en fuga?
Pasaron varios años y como no sacaban razón de ese deambular, comenzaron a verlo como parte de la rutina de la ciudad.

De la noche a la mañana, como dicen los testigos, apareció, con un semblante duro e inconfundibles rasgos, el hombre  que tantas veces vieron errante por las calles. Incrustado en la piedra, sin su antigua jovialidad, de su boca manaba un chorrillo de agua. 
“Claro, tenía que ser, tantos años sin contarnos su historia, fue su condena” “Fue un hechizo, la señora del 52 al verse rechazada se vengó” “No es nada de eso, cuando la luna está mal aspectada y no se toman las debidas precauciones eso es lo que pasa” “Son unos ignorantes, la explicación es científica: fue muerte por agua, ¿acaso no ven las branquias y el hocico de serpiente de mar?”

Fotografía: Chafaríz en alguna fuente en Oporto, Portugal.

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