Evocando tristes memorias, ella tenía ese goce extraño de caminar las calles vendiendo flores. Su juventud pasó revuelta entre perfumes de rosas y amargos cardos, así, en ese puro romanticismo, como un idilio salvaje, erguía su fino talle entre las esquinas y en las cuencas de los ojos que la miran pasar. Su piel, azulada, como nido de múltiples hormigas, caminaba con la sonrisa deshojada. Era inexorable que poco a poco sucumbiera austera como una Xochipilli urbana. Yo la miro pasar y una dolencia de perfume me queda. Pero soy injusto, ella como buena vendedora, nunca se arredra y ofrece con pasión ese goce extraño, con ese celaje de inmensa sabia de mujer que florece.
404. Minicuentos en verso V
-
El anillo Jorge Gimeno (España) Me pide que le regale un anillo. Así
cuando lo vea en su dedo, dice, se acordará de mí, de mi magnificencia.
No l...
Hace 4 horas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario