Cuando su ser se volvió fuego al caer del cielo, se estampó en el plato de la abuela. Borracho de luz no se distinguía su arcilla. Su encanto parecía infernal y solitario. Nos gustaba tenerlo en nuestra santa mesa.
Una jauja teníamos delante los ojos. Tenazmente nos endulzamos en su lujo.
No había desorden en la redondez.
Excitados, una a uno come en el mismo plato. Somos diez, así que nos dura todo el día nuestra beata nutrición.
Felizmente, no hemos subido de peso.
(cerámica)
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