jueves, 19 de enero de 2017

El Sr. Goa


EL Sr. Goa, piensa ha perdido su cartera. En ella su billete de identidad, su licencia de conducción y esa fotografía de cuando tenía 10 años, retratado con su uniforme de jura de bandera, los lunes, y con un semblante sereno y adusto como corresponde a un abanderado. Su primera estrategia fue desandar el camino y ver si la encontraba  en el piso, la cartera no traía dinero, así que pensó, con toda lógica, que de nada servía una cartera vacía, así que por humanidad el posible dueño o dueña, la dejaría en el lugar. Desandar a veces es inútil y el Sr Goa, llegó a la última esquina recorrida sin resultados. Entonces trató de reconstruir mentalmente los momentos previos a la perdida. Evitó el hecho de cama y regadera, visitó lo habitual: camisa blanca, un pantalón café de pana, un saco color crema ácida y sus zapatos de suela de goma. Nunca desayunaba con cartera así que no se detuvo. Claro, antes de salir, junto con las llaves tomo la cartera y la pone en el bolsillo trasero del pantalón, siempre a la derecha, era diestro. Salió de casa, le dio dos vueltas a la llave y se encaminó al puesto de revistas a ver si la revista de Historia ya había llegado. Pagó con monedas, no sacó la billetera. Caminó por la calle de Cabral y dio vuelta en Gonzaga, nada que contar, hasta llegar al punto donde se encontraba haciendo ejercicio mental. Entrar a al café fue su mejor opción. Pidió un café americano y un bizcochito, repasó metódicamente todo el recorrido y nada. No encontraba el momento de la perdida de la billetera. Lo que le preocupaba era la fotografía, los documentos podía sacarlos de nuevo, con inconvenientes, pero conseguía. ¿Y la fotografía? -Dónde la saco, es un tiempo congelado, no puedo volver a ese momento - cavilaba el Sr. Goa desconsolado. Para estas emergencias, el posible extravío de la cartera, traía monedas, había comprado la revista y le sobraba dinero para otro café. Extenuado y triste bebía cuando se palpó el pecho y descubrió en el bolsillo interior del saco, un bulto que vaticinaba el encuentro deseado. Casi llora, si no es porque una señora lo miró como se mira  a un sueño pesado. Pidió otro café. – ¿Por qué mira así esa señora? ¿No me conoce? ¿Cómo se atreve? El Sr. Goa, buscó un poco de ternura y sacó la fotografía para acariciarla lentamente, dando la espalda a los ventanales y al atardecer. 

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