jueves, 7 de marzo de 2019

Nada se oye en ese mar




Su nombre navegó sin escalas por ese mar antiguo. Cuando sus labios saturados de cantos ajaron el corazón de las sirenas. Sin espuma, se perfila en medio del mar tejido con esos hilos de su mente. Él viaja, guarda el secreto. La distancia cada vez más fría lo aleja de la orilla. Desolado. El cielo oscuro. Flota. Crece. 
De niño quiso, deshizo el nudo de la rutina. Alzó la voz y se fue a la mar. Cargado de equipaje. En ese juego angustioso canta:

“Quiero el negro mar
no quiero la tierra 
que ya me cansé
de clavarme la lengua”

No ha dejado descendencia, algunas, algunas medusas lo recuerdan. Fue en el año de la crecida, allá por el 86. No se equivoquen. Su voz nunca morirá en tierra. No lo esperen en la ribera. 

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