miércoles, 4 de septiembre de 2013

El domingo del globo amarillo


Me contaron que hace dos meses lo vieron pasar de la mano de Casilda por el puesto de fruta. Llevaba sus pantalones cortos y esa fantasía de llevar enredado en su dedo medio el hilo que mantenía al globo amarillo, que como cometa redondo se elevaba con un aire urbano entre los puestos del mercado. Entre todas las emociones infantiles el mirar cómo se infla un globo no tiene igual, aun cuando las carnalidades futuras rivalicen en intensidades.
Casilda, depositando en él todas sus amarguras, lo jalaba de la otra mano con la esperanza de que soltase el globo, y así, ser el centro de su atención.

- ¡Casilda! – escucho una voz familiar de tras de sí.
- ¿Cómo te atreves a llamarme? ¿No fue suficiente con mi marido?
- Casilda, no lo tomes tan a pecho. Fue algo que no pudimos controlar.
- Pues yo tampoco me puedo controlar.
- No te crispes, yo sólo te quiero preguntar, como amigas, si sabes dónde está tu marido.
- ¿No está contigo?
- Hace días que no llega a casa y…

Me contaron que el niño se soltó a caminar fascinado en seguir al globo que daba piruetas espontaneas. Poco a poco sólo se distinguía, me dijeron, una esfera amarilla divagar entre calles y jardines como si fuera esa casta pequeñez que todos conocemos.  


Sergio Astorga
Tinta/papel

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